Esta semana se presentó en Madrid, «La cultura de la innovación de los jóvenes españoles en el marco europeo», el último Informe relativo al sistema español de innovación elaborado por la Fundación COTEC y dirigido por el sociólogo Víctor Pérez Díaz. COTEC es una Fundación de ámbito nacional, cuyo presidente de honor es SM el Rey y que tiene como objetivo, principalmente, la promoción de la cultura innovadora en nuestro país. El estudio es relevante porque cambia, por primera vez y esperemos que de una vez por todas, la forma de mirar tanto a la innovación como a las herramientas para fomentarla, poniendo el enfoque en el marco cultural e institucional que rodea a la innovación, y no en la cantidad de dinero que los presupuestos públicos dedican a la misma.

El estudio, que está disponible en la página web de la Fundación, demuestra que existe una asociación significativa entre una serie de rasgos culturales y la capacidad de innovación de una sociedad. Centrado en los jóvenes, la narrativa que se establece es aplicable a otros estratos de la sociedad. Los autores parten de la hipótesis de que una serie de virtudes, algunas de ellas vinculadas a la inteligencia (vg. horas de estudio, lectura de libros, realización de actividades artísticas), y otras al carácter (como la emancipación temprana, el gusto por viajar o la afición por la incertidumbre) tienen una relación directa con el grado de innovación que existe en una sociedad. En sentido contrario, la hipótesis considera que determinados rasgos culturales de una sociedad (como el consumo excesivo de horas de televisión, o sentimientos de pertenencia localistas) lastran esta capacidad en las sociedades. Para validar su hipótesis los autores relacionan de manera sistemática la tasa de patentes triádicas (aquellas presentadas en las Oficinas de Patentes de la Unión Europea, Japón y los Estados Unidos) por millón de habitantes con casi medio centenar de indicadores culturales, para ver si existe una relación estadística entre ambos o no. Los resultados son espectaculares.

En relación a las virtudes vinculadas a la inteligencia, y por poner solo algunos ejemplos, hay una relación entre capacidad de innovación y el número de libros que los jóvenes leen al año; a este respecto, es pertinente señalar que menos de un 25% de los jóvenes de nuestro país, a la cola en cuanto a patentes, lee más de cinco libros al año, porcentaje que es doblado en el caso de los jóvenes suecos y casi triplicado en el de los daneses. Otro dato revelador: las actividades artísticas también muestran relación con la capacidad e innovación, pues bien, apenas un 17% de los jóvenes españoles realiza alguna actividad artística, aunque sea de manera aficionada (tocar un instrumento musical, escribir, pintar, hacer teatro), veinte puntos menos que la cifra de jóvenes belgas que la realizan, por poner un ejemplo.

Pero el estudio va más allá y mide también la relación que hay entre el capital social y la capacidad de innovación. Los resultados son claros, a mayor capital social, más capacidad para innovar. ¿Y cómo se mide el capital social? Se mide teniendo en cuenta aspectos como el nivel de asociacionismo de los jóvenes, muy por debajo en nuestro país de los datos de Irlanda, Austria o Suecia. (¿Cuántas veces hemos oído decir «¿Qué haces perdiendo el tiempo ahí si eso no te aporta nada?»), y se mide también teniendo en cuenta aspectos referentes por ejemplo a la confianza en el sistema judicial o en el sistema político del país. El estudio concluye analizando en qué medida los horizontes vitales de una persona o de una colectividad influyen en su capacidad de innovar: horizontes pacatos, como el que predomina en nuestra sociedad, casan mal con las posibilidades de innovar; somos el país de Europa en el que la gente más identificada se muestra con su provincia o región, con porcentajes que cuadruplican los de los Países Bajos y que casi doblan los del Reino Unido; somos uno de los países en los que los jóvenes, de manera mayoritaria, no hablan un segundo idioma y el segundo país en el que sus jóvenes menos viajan por Europa. Todos ellos datos que están relacionados de manera directa con la capacidad innovadora de una sociedad. Si ampliamos estos horizontes vitales a escala colectiva, la escasa confianza que los jóvenes españoles muestran con la política casa mal con el potencial innovador de una sociedad.

Un estudio fascinante en el que el lector debería sumergirse con prisa antes de olvidar este artículo que devora desde su ordenador o en el bar de la esquina. Y debería leerlo, desocupado lector, no por su país ni por hacerse una idea cabal de cómo estamos y de dónde estamos. Debería leerlo, también y sobre todo, por usted, perdone la recomendación. Y también debería preguntarse, tras echarle un vistazo, en qué situación se encuentra usted respecto a todas estas variables. Porque las comunidades prósperas y virtuosas las construyen los ciudadanos, día a día, con las decisiones que toman y con las actuaciones que llevan a cabo. No las construyen ni los gobiernos con sus políticas ni, muchos menos, las subvenciones públicas.