Los futboleros disfrutamos con las diagonales de Messi y con las perpendiculares de Cristiano Ronaldo, pero todo tiene un límite. Y el límite es que el tobillo de Messi se coma a la ultraderecha sueca, a la incomprensible barbarie afgana, al avispero iraquí, al alucinante conformismo ante un desempleo de proporciones casi apocalípticas y a todo lo importante. Por el bien del fútbol es urgente que el tobillo de Messi se recupere cuanto antes. Por el bien de la humanidad es importante que el tobillo de Messi se convierta en una nota a pie de página.

Me temo que lo importante tendrá que esperar. Mientras tanto, podemos hablar de fútbol y decir que los focos sobre el tobillo de Messi, la ansiedad de Ronaldo o la arrogancia de Mourinho desenfocan la Liga. Ya lo sabemos todo acerca de los ligamentos laterales interno y externo del tobillo derecho de Messi, hemos visto la entrada de Ujfalusi un millón de veces y hemos escuchado las opiniones de entrenadores, futbolistas, tertulianos y articulistas. Todos los futboleros hemos hecho ya nuestro propio estudio psicológico de Ronaldo, que para unos sufre ansiedad si no marca su golito cada partido, para otros es un perfeccionista obsesivo, para los de más allá, un egocéntrico que se cree por encima del equipo, y para los de más acá, un futbolista descomunal con la enorme misión de llevar al Madrid a su décima Copa de Europa, y eso termina agriando el carácter. Y Mourinho, por Dios, habla demasiado, quizá porque le prestamos demasiada atención. No sé cuál es la solución para esta absurda espiral que a medida que nos acerca a los ligamentos del tobillo derecho de Messi o al estudio psicológico de Ronaldo nos aleja del fútbol, pero propongo que, para empezar, Homero ceda el paso a Hesíodo.

Sabemos muy poco de Homero y de Hesíodo, pero sí sabemos que Homero cantó la gloria de Aquiles, el de los pies ligeros, y de Ulises, fecundo en ardides, entre otros grandes héroes griegos. Hesíodo, en cambio, no cantó la gloria de los guerreros, sino que sus héroes fueron los labriegos de Beocia. Como dice Eduardo Galeano en su encantador libro, «Espejos», Hesíodo se ocupó de los trabajos y los días de los hombres que arrancaban frutos pobres de la dura tierra, para cumplir con la maldición de los dioses despiadados. Su poesía aconsejaba recoger las uvas cuando Sirio viaja hacia el Sur, trillar cuando viene Orión, cosechar cuando las Pléyades se esconden, trabajar desnudo y desconfiar de las lenguas inquietas. Hemos dejado que el fútbol se convierta en una guerra de Troya, y toda guerra necesita héroes que luchen y poetas que canten sus hazañas. Pero hubo un tiempo en que el fútbol tenía que ver más con los trabajos y los días que con el alcázar sagrado de Troya, más con los labriegos que trabajan desnudos que con los héroes de broncíneos abdominales, más con recoger las uvas de los buenos resultados cuando Sirio viaja hacia el Sur que con los millones de euros en fichajes que nada saben del orden de las cosas.

Propongo que Hesíodo nos hable de Mata, el exacto mediapunta del Valencia. O de Cazorla, el jugador del Villarreal con el mejor perfil griego del fútbol español. O de Valdez, capaz de descoser él solito al Barça y hacer honor al nombre de su equipo. O de Griezmann, la sorpresa que vino de San Sebastián. Y que Homero deje de dar la paliza con el tobillo de Aquiles. Hay tiempo para volver a Hesíodo y a los labriegos de Beocia en el fútbol, como hay tiempo para que la ultraderecha sueca se convierta en polvo o los millones de seres humanos que mueren de hambre no se despidan de esta vida sin disfrutar de una buena cena todos los días mientras ven un partido de fútbol en la tele. Qué menos.