Los buenos navegantes nunca han tenido problemas ante el mal estado del mar por el que navegan, ni siquiera en las grandes y terribles tempestades que en todos los medios desata la madre naturaleza y éste es el caso de nuestro amigo Dalmiro Gavilán, que sin dejar de la mano los instrumentos de una navegación segura cambió de rumbo y llegó felizmente a puerto seguro.

De su espíritu, estilo y andanzas ya teníamos claras y definidas conclusiones. Si el Camino de Santiago le había dado la oportunidad de abrirse paso con decisión y fe muy firme en cuanto al camino a seguir, nos sorprendió a todos por esa ligereza, forma y firmeza. Tanto en la creación, como en la elegancia y disposición del esquema del tema elegido y tratado.

El trabajo corto exige por parte del autor, primero un dominio casi absoluto del vocabulario sobre el tema elegido y en segundo lugar una clara disposición a mantener viva la atención y sin perder nada de lo importante del tema, dejarlo reducido en sus justos medios para entregar al lector un relato corto con el sentido, belleza, consecuencias y deducciones sobre el espíritu y esencias del tema.

El género no es fácil y exige al autor un autodominio casi absoluto sobre el tema y el proyecto, para no perderse en dilaciones inútiles que hacen perder claridad y a la vez belleza a la exposición. La última creación que conocemos, con la correspondiente distinción y premios, lleva por título «Y Dios creó el silencio», en el que podemos apreciar y distinguir, sin el menor esfuerzo, la ligereza y atractivo que imprime al texto, del que llegas al final y te sientes tan atraído por la exposición que te quedas enganchado, sientes la sensación de la espera, como si los hados te fueran a traer el segundo para seguir leyendo.

Esta sensación es el claro testimonio del atractivo que el relato nos ha dejado y a la vez esa disposición de esperar más, un síntoma muy positivo de la calidad del relato.

Esa larga cadena de dichos, de leyendas y de frases cargadas de intencionalidad y de historia añadida a lo largo de siglos y de generaciones espera la mano suelta y la decisión clara de devolverlos a la luz de las letras arrancándolos del silencio, de la oscuridad y del momento, que suelen aparecer, siempre de tarde en tarde. Buena cantera tiene nuestro amigo Dalmiro para de ella extraer ese rico patrimonio de nuestra historia y de nuestro pasado.