El mundo sigue igual de antipático pero menos simpático desde la muerte de José Antonio Labordeta, una persona con una agradable e inteligente forma de presentarse con naturalidad. Le echaremos de menos.

De los elogios que se le han dirigido, el más llamativo es el de «político honrado» porque es la única de sus ocupaciones que va adjetivada. No se ha dicho «cantautor afinado» (que no siempre se da en el oficio) o «combativo» (que no sería imprescindible, porque también han trabajado en el amor y otros asuntos), ni «poeta de verso sometido a métrica y a rima» (que es pertinente, pues hay más formas de servir a Calíope y a Erato).

Labordeta, polifacético y talentoso, fue muchas cosas sin adjetivos pero cuando se habla del diputado y del orador se le nombra como «político honrado». Debería bastar con el sustantivo: político. No se dice «ingeniero honrado», «taxista honrado» o «panadero honrado» aunque haya unos que lo son más que otros. Es mala cosa para el sustantivo «político» que tenga que ser modificado por el adjetivo calificativo «honrado» como para quitarle un viso negativo.

Sabemos la explicación: un caminante puede llevar un país en la mochila y dedicarse a la política y una pandilla de delincuentes puede llevar una región en la cartera y dedicarse a la política. Pero el primero es caminante y los segundos delincuentes.

Hay muchos procesos abiertos contra ladrones que entraron en la política, porque estaba menos custodiada que los bancos, para cometer sus robos. Hay regiones donde convirtieron los órganos de poder en organizaciones mafiosas. Se especificaría mejor «ladrón de administraciones» -como se dice «ladrón de bancos»- si no volvieran a las candidaturas con el apoyo de políticos que son políticos y que son muy responsables de que haya que hacer la distinción por honradez para los que no participan del botín.