La modelo sólo podía representar papeles que mantuvieran sus piernas al descubierto, para desviar la atención de sus discutibles dotes interpretativas. Acababa de casarse con Mick Jagger. Cuando se separaron, y a modo de «catarsis» -una palabra cuyo uso en sus labios me obligó a modificar la percepción intelectual de la maniquí-, subastó el sensual vestuario de la función dramática. Dado que tuve la oportunidad de disfrutarla, sólo pujaría por esa prenda para quemarla ritualmente.

Sin embargo, ni siquiera yo lanzaría al fuego el retrato que Lucian Freud efectuó de la modelo, desnuda y embarazada. También ese óleo ha sido entregado a la casa de subastas dentro del proceso catártico, y Sotheby´s lo venderá en octubre. Por lo visto, Hall se niega a convivir con su propio cuerpo, en la versión concedida al hombre que la decepcionó. Al poner su imagen en almoneda, ha decretado que Jagger era un «peligroso depredador sexual». Cabe preguntarse si ignoraba con quién se casaba, o si nunca había escuchado con detenimiento alguna canción de los Rolling Stones. Incluso esta celebrada modelo parece capacitada para distinguir a su esposo de Paul McCartney.

Jerry Hall no ha sucumbido al impulso más primitivo y placentero de estamparle el lienzo a Mick Jagger en la cabeza, con los consiguientes daños a la tela. Esta contención gradúa tanto el odio que siente por el cantante como la profundidad de la catarsis redentora, que se orienta hacia la lucrativa subasta. El nuevo propietario del retrato deberá elegir entre afirmar que «es de Lucian Freud» o «es de Jerry Hall».

El cuadro de la maniquí pertenece a la serie de acurrucados yacentes que prodiga Freud, a menudo con perros. En vísperas de sus 88 años, el pintor inglés retrata a sus pacientes con la carne por fuera. Se mueve con agilidad, habla sin cesar durante la ceremonia pictórica y se entretiene con amantes sesenta años más jóvenes que él. Llegó tardíamente a la fama, hoy las celebridades se desvisten frente a sus pinceles. No convenció de que posara desnuda a otra de sus modelos, la reina Isabel II de Inglaterra. Tampoco su poder de sugestión despojó del traje al barón Thyssen.