Las leyendas fijan su nacimiento allá por el siglo XIII cuando los templarios habitaban el castillo de Alba de Aliste. Seguro es que hace 375 años estaban en pleno auge y así lo delata el libro de la cofradía tabaresa del Santísimo donde se da cuenta del pago, ese año, de la comida a los danzantes. Son los palos, de medio metro de largo, el arma convertida en instrumento musical por los danzantes y pauliteiros en las danzas guerreras que tenían lugar en fechas tan insignes como el Corpus acompañando al Santísimo. Han de ser de espino y se dejan secar al menos durante un año. La maña es parte imprescindible. Hay que coger el palo dejándolo suelto en el interior de la mano, agarrándolo bien y fuerte con los dedos índice y pulgar. Ello facilitará que el rebote de la madera, uno contra otro, propicie los golpes secos y a la vez rebotados, con lo cual se consigue el mágico «paloteo» conformado por su música y su movimiento acompasado. Las castañuelas de negrillo son otra parte importante de las danzas guerreras. Nunca es tarde para regresar a los orígenes. El pueblo que respeta sus raíces y aprende de su pasado, cultiva su presente y su futuro.