En la misma línea, recordaré a dos alcaldes. El primero, Tierno Galván. La anécdota, convenientemente aireada, corrió por los mentideros políticos y mediáticos: un hombre que tenía un puesto en el mercado se sentía acosado por la Inspección que lo freía a multas; gracias a un buen amigo bien relacionado, fue recibido por el alcalde al que contó sus penas y pidió protección. El Viejo Profesor que le había escuchado con atención aparente, le respondió en cínico: Joven, cuídese que vienen por usted. El otro caso me lo refirió el dueño del bar «Robles» en las cercanías del puerto de Santa Cruz de Tenerife. Fermosellano, el hombre presumía de haber sido concejal del Ayuntamiento en la etapa primorriverista; un buen equipo presidido por un alcalde famoso, García Sanabria. Este recibió una tarde al amigo latoso y desconsiderado, el sapo de los alcaldes; el tipo le entregó el papel de una multa, en la seguridad de que se la quitaría; García Sanabria se la entregó al secretario con un billete que se sacó del bolsillo; «caso resuelto, comentó»; el visitante salió corrido.

Es lástima que en ese espejo de honestidad no se miren todos los hombres de Gobierno para prever o resistir el desvergonzado acoso de más de un votante con alma de mercenario: «¡Jefe, colócanos a todos!».

Parece hiperbólica escena de sainete, pero a veces sucede. Liborio, el paganini del desmadre como se dice en América, se malicia que hay más de enchufismo de paniaguados que de necesidades y conveniencias del servicio, en la llamativa proliferación de consejeros, asesores y funcionarios a dedo que pululan con más paga que trabajo, por las distintas administraciones (Gobierno, autonomías, ayuntamientos...).

Los funcionarios por oposición lamentan el agravio comparativo y la Guardia Civil se manifiesta contra el maltrato económico que reciben sus agentes, sin ninguna justificación aceptable. La cosa es que la Benemérita es admirada y querida por el pueblo, y sus servicios dentro y fuera de España son muy elogiados por el Gobierno; pero... obras son buenas razones, y los elogios deben acompañarse de manifestaciones más tangibles y justas.

Buena la ha armado Esperanza Aguirre al anunciar su propósito de reducir las abultadas «plantillas de liberados sindicales». Unos, los de la izquierda, la acusan de manía persecutoria al obrero; la derecha considera imprudente el gesto cuando se acerca una contienda electoral que se pronostica reñida. La candidatura socialista -votes Trini, votes Gómez es lo mismo - ya está en campaña, con disculpa de las primarias; en cierto modo así lo ha reconocido don Tomás, «el Tranquilo». Es lógico que no desdeñen interpretándolo a su manera, el argumento que les ha facilitado la actual Presidenta de la CAM. Pero es el caso que el personal, de acuerdo con reiteradas opiniones de prensa, tiene en su mira a los liberados; no se explica su verdadero carácter, le parece excesivo el número y se duele de ser el pagano. En realidad el liberado sindical es una figura curiosa, aparentemente contradictoria. ¿Liberados de qué?, se pregunta el Castelar del barrio, quizá recordando el lejano Astete. ¿Liberados del curro ordinario de sus compañeros? Entonces, ¿Liberados del castigo bíblico de Adán? La contradicción es flor cultivada en el campo gubernamental: ¿No arguye política contradictoria recortar las pensiones y dar tantos millones a los sindicatos para gastos de formación? La verdad es que nadie parece dudar de la necesidad y conveniencia de los liberados en el mundo sindical. Pero ¿son necesarios tantos? Esta es la cuestión planteada por la presidenta Aguirre .