En Roma se calmaba al pueblo con pan y juegos circenses gratis. El hambre de pan es el protagonista oculto de la novela picaresca que evidencia la mayor contradicción de la España Imperial: verosímil tipo literario es el orgulloso hidalgo, comúnmente pobre, que salía a la calle madrileña con migajas de pan en la barba y la pechera, para simularse ahíto y dar dentera al hambriento paseante en Corte. Cuando el Imperio comenzó a deslizarse en el tobogán de la decadencia y la dinastía austriaca había caído en la mayor degeneración física con el pobre «Hechizado», el país hubo de soportar tremenda carestía de los alimentos. El príncipe Juan José de Austria no logró remediarla y el ingenio madrileño se expresó decepcionado: «¿A qué vino el señor don Juan?: -A bajar el caballo (la estatua ecuestre de la plaza de Oriente) y subir el pan». En 1699 el pueblo se amotinó al faltar el primero de los alimentos, una madre de seis hijos se lamentó ante un inspector porque no le habían servido el que necesitaba; el funcionario, en un gesto de estúpida prepotencia, le espetó: «Castre a su marido y no tendrá más hijos»; y se armó: en poco tiempo más de diez mil amotinados ocuparon la Plaza Mayor. Entre sus gritos, éste con un claro destinatario: ¡Muera el perro que nos ha traído tanta miseria! Aprendan lenguaje directo los pancartistas de hoy.

El trigo ha orientado en numerosas ocasiones la marcha política del país. La defensa de su precio dio origen a partidos con los que era necesario contar porque el mundo rural era algo más que los «burgos podridos», despreciados por Manuel Azaña; el terrateniente y el labrador destacado solían ejercer con eficacia probada un cacicato con tanta o mayor autoridad que muchos de los actuales muñidores electoreros. Por eso se nos antoja acertada la opinión que ve en la pérdida de la importancia del mundo campesino en el conjunto nacional una de las causas del deterioro continuo de la política partidaria. El representante de los intereses agrarios, probablemente por tener siempre los pies en el suelo y los ojos en lo alto, aportaba a la gobernabilidad sentido común y... de ilusiones, las justas.

No es necesario advertir a1 avisado lector que estas consideraciones vienen a cuento del anunciado aumento del precio del pan, pues se ha encarecido la harina a consecuencia -dicen- de la escasez de trigo en Rusia, a causa de la prolongada sequía agravada por una racha de incendios. Bueno es que vuelvan a la actualidad y se reconsidere su importancia: el pan, el trigo, el campo. La Azucarera de Toro barrunta un tiempo difícil. Tampoco fueron fáciles sus comienzos: según me comentaba entonces un responsable de la fábrica, los agricultores toresanos se mostraron renuentes a cultivar remolacha hasta que fueron convencidos por el escarabajo de la patata. También el azúcar es, con menor incidencia que el pan, objeto de la política. Se cuenta que las Jons del vallisoletano Onésimo Redondo, fueron en su origen un movimiento que, en defensa de los intereses agrarios, propugnaba la construcción de una azucarera. El proyecto tardó en realizarse: ¡cosas de la política!