Hay noticias incómodas, porque invierten el consenso social fabricado con esmero. Entre las informaciones que dinamitan los clisés y que obligan a releer destaca el historial reciente del profesor Neira, que en su día fue impuesto como modelo de comportamiento ciudadano frente a las agresiones. Sin salirse del territorio de los abusos de unos seres humanos sobre otros, también resulta espinoso el titular sobre la desarticulación en España de la primera red de prostitución masculina.

La conciliación de la ideología con la actualidad se encasquilla a menudo. Verbigracia, se opta desde una perspectiva impecablemente progresista por la causa palestina, hasta que un conflicto intestino enfrenta a tiros a los corruptos hijos de Arafat con los integristas de Hamás. De nuevo, la peripecia de los varones brasileños forzados a ejercer la prostitución a destajo genera una crisis en los códigos sobre el tráfico sexual de seres humanos. De repente, el sufrimiento no es monopolio de un género, sino una expresión de poder que golpea sin distinciones anatómicas. Otra evidencia de difícil deglución para los apasionados de la linealidad.

La explotación de los veinteañeros brasileños sometidos a una dieta de cocaína, Popper y Viagra perturba al dogmatismo. La asociación de las víctimas con unas características impresas en el propio cuerpo era tranquilizadora. Cuando hay que preguntar de qué palestinos se está hablando, las certezas se enturbian y el debate regresa a la contradicción de que la violencia en un matrimonio homosexual no se sentencia mediante la misma ley que en una unión heterosexual.

Sin embargo, la red de prostitución masculina desmantelada reproduce los tópicos. De nuevo, jóvenes que aspiran a ser bailarines y modelos, llegados al país de forma ilegal y obligados a restituir cantidades astronómicas a sus mafias. Para que la confusión de géneros fuera completa, solo faltaba la clientela femenina, otro terreno resbaladizo porque obliga a delimitar apetitos sexuales. La prostitución también es cosa de hombres, lo cual reconduce la comercialización del cuerpo humano al ancestral aprovechamiento del fuerte sobre el débil, con independencia de los géneros implicados. El Estado se erige de nuevo en mecanismo corrector de las tentaciones esclavistas, aunque en ocasiones ha dispensado más terror del que venía a solucionar. Con independencia de su género.