Ya no es necesario dispararle a una estrella del pop para conseguir la fama. Basta con anunciar que uno va a quemar una docena de coranes. Sale mucho más barato, no hay que gastar en ningún arma, y ni siquiera es ilegal. Si lo haces, y aunque no lo hagas, basta con anunciar que lo harás, conseguirás mucho más que un minuto de gloria: alcanzaras la fama planetaria, y serás tan conocido como Madonna o Tom Cruise. Hasta puedes escoger la duración de tu incierta gloria: un par de semanas como mucho, si al final no consumas tus propósitos, y lo que te reste de vida, que sería más bien poco, si decides prender fuego a la pira.

Las guerras de religión suenan a tebeo de la época medieval, pero dan pavor si se las piensa trasplantadas a la era nuclear. Lo de Terry Jones demuestra la fragilidad de nuestro mundo, y las servidumbres de la globalización. Para que luego digan, los gurús de la era digital, que la letra impresa está obsoleta y no se lleva ya. Nada hubiera sucedido en el caso de cargarse, el pastor Jones, miles de coranes electrónicos de sus ficheros de Mac o Windows. Encima, el cretino escogió bien: solo un libro de entre todos los millones de libros que existen desde la invención de la imprenta, y desde mucho antes, podía resultar tan letal, y provocar una alarma internacional tan fundada. Puedes quemar los cuatro libros de Confucio, o la obra completa de Almudena Grandes, sin que nadie parpadee. Pero el Corán no.

Terry Jones ha sido un precursor, al inaugurar una nueva manera de poner a Occidente patas arriba. El pastor debe tener tendencias suicidas porque su vida no valdría nada en el minutos dos de la falla que pensaba montar en su pueblo de Florida. Al cineasta holandés Theo Van Gogh lo asesinaron en 2004 por muchísimo menos. Un islamista radical le disparó más de veinte tiros y lo apuñaló después «en el nombre de Alá».

Por no hablar de Salman Rushdie, condenado a muerte por la «fatwa» que le lanzó desde radio Teherán al ayatolá Jomeini. El mismo tipejo cuya llegada al poder fue tan aplaudida por la izquierda europea, muy experta en nuevos dictadores desde lo de Stalin, con su habitual ramalazo antinorteamericano, solo por el hecho de destronar y mandar al exilio al Sha. Visto lo visto, echamos de menos al ex de Soraya, y a Farah Diva, lo mismo que un día, Dios y Alá no lo permitan, podríamos echar de menos al rey de Marruecos. Todo es susceptible de empeorar, la historia también, y los tiranos de ayer pueden ser agua de mayo de mañana.

La nueva patente de Terry Jones, último grito en terrorismo mediático, está condenada al éxito, desgraciadamente, hasta que otro degenerado invente una fórmula más innovadora de meternos en otro lío global. El acojono occidental ha sido notable, ante la posibilidad del coranicidio, y la bajada de pantalones también. Da igual la desproporción abismal entre las intenciones de Jones y la reacción perturbada de las masas en muchos países islámicos. Da igual también que ellos quemen iglesias mientras nosotros les ponemos mezquitas. Reclamar una justa simetría como hace la derecha mediática llamando a una nueva cruzada, es una perdida de tiempo. Estamos en sus manos, en la hora del terror, pero como somos más civilizados, nos corresponde ceder a veces para evitar males mayores. Tenemos también nuestra ración de loquitos, como el pastor de Florida, pero no andamos masivamente fanatizados por la religión, ya quisiera el Vaticano, y somos más tolerantes, y en esa flexibilidad esta nuestra fuerza. Paños calientes, y a esperar la siguiente.

Como la cosa no tiene arreglo, sería quizás muy bueno acordar entre todos, musulmanes, cristianos, esquimales y chinos, una jornada con bula para quemar cualquier cosa, con el fin de exorcizar los correspondientes demonios grupales. Un día con barra libre para chamuscar libros, fotos, mapas, banderas de todo tipo, autonómicas también, sin que nadie moviera un músculo. Solo son objetos, fácilmente sustituibles por otros objetos. Y como ha dicho un musulmán en la Zona Cero de Nueva York, «si quieren quemarlo que lo quemen, el Corán se lleva en el corazón». Por cierto que el pastor de Florida se llama Terry Jones, igual que uno de los miembros del grupo británico «Monty Python». De ahí seguramente su afición a las payasadas.