No se si este escrito tiene alguna posibilidad de llegar a la Casa Blanca, la alcaldía de Nueva York y a quien competa decidir sobre el destino de la Zona Cero, ni si será entendido. Sólo se que lo que digo es así. La Zona Cero tiene ya un nombre, y los nombres nunca son inocentes. En este caso es providencial, y hay que hacer lo que el nombre dice: cero de cemento, cero de construcciones, cero de palabras, cero incluso de inscripciones, referencias memoriales, nombres. El nombre es: no hay nombre (lo propio de una Zona Cero). Allí no debe haber nada, sólo una gran losa exenta, o un puro y desnudo prado, sin nada por encima ni nada por debajo. O sea, algo que, sin decirlo, diga a la gente que es un lugar sagrado, tan sagrado que ha logrado ponerse por encima de los intereses de los constructores, de la soberbia de los arquitectos, de la pasión de inmortalizarse de los políticos. Amen.