El colmo de la paradoja: Los pájaros se tiran a las escopetas o el investigador investigado. El Tribunal Supremo encarga a la Guardia Civil que investigue ingresos del juez Baltasar Garzón, bajo sospecha. En auto de insólita dureza, el magistrado instructor Manuel Marchena explícita los poderosos motivos que le impiden dar crédito a la declaración de don Baltasar. Tratándose de un juez famoso y discutido como instructor, suponerlo sospechoso de ocultación resulta inevitablemente escandaloso tanto para sus fieles admiradores como para sus tenaces detractores. El investigado en declaraciones a la prensa ha reafirmado la legitimidad de los cobros en la Universidad de Nueva York y ha pontificado que «no hay base legal para esta investigación». El Tribunal Constitucional que ha encomendado el rastreo de las cuentas a la Guardia Civil, opina lo contrario. No es aventurado suponer que el personaje parece signo de contradicción social; sus seguidores le dan la razón y sus detractores lo acusan. Es prudente y justo dar tiempo al tiempo y que el Tribunal decida. Tal vez no se comprenda bien el deseo de ver salir limpio de toda sospecha, a don Baltasar; pero no hay duda de que su condena nada diría a favor de una justicia asendereada y deteriorada en los últimos tiempos; además no es señal de buena entraña gozarse en los males del prójimo.

En casa, a Baltasar Garzón le llueven chuzos que no consiguen desviar los homenajes políticos y mediáticos que con frecuencia se le tributan. El mismo T.S. ha rechazado, por significativa unanimidad, el recurso que había presentado en otra causa. Al dar la noticia, ciertos medios repitieron una vez mas, el cliché acuñado por la eficaz propaganda de la izquierda: «Garzón sufre persecución de la justicia por investigar los crímenes del franquismo»; como sí, por desgracia fueran los únicos cometidos en el fratricida encuentro de los españoles. No es malicia sospechar que el falso cliché no contradice a la política actual; al contrario, se nos antoja muy acorde con la polémica memoria histórica. La persecución religiosa causante de millares de víctimas es puro genocidio, con todos los agravantes, de libro como suele decirse de los ejemplos señeros. Pues bien, el ensalzado «juez justiciero» por antonomasia no se ha acordado en su afanosa empresa, del obispo y el seminarista mártires entre los muchos del tristemente famoso «tren de la muerte»; la instrucción la tiene, rigurosa y minuciosa, en el martirologio. En todo caso hay que considerar inaceptable y cruel establecer distinciones entre los muertos de la mayor tragedia histórica de nuestro pueblo.

Como sobre ascuas pasaron algunos medios sobre la noticia del tremendo accidente aéreo que costó la vida a las autoridades polacas que convocadas por Putin, acudían al homenaje a las víctimas de las Fosas de Katín. El inca-lificable genocidio que diezmó la clase intelectual y militar de Polonia fue ignominiosamente atribuido por los estalinistas a los alemanes, y la izquierda mundial propagó sumisa la especie: con la caída del Muro, se abrieron los arhivos secretos y se documentó la verdad que para muchos nunca fue desconocida; reconocida por los rusos, aún es silenciada en algunos pagos.

Alineados con Garzón, jueces argentinos se proponen investigar «crímenes del franquismo», tal vez ignorando los atribuidos a los montoneros, que pusieron nerviosa hasta el paroxismo a la presidenta Martínez de Perón.