Si no todos, por lo menos sí casi todos están de vuelta una vez concluido agosto. La normalidad, también llamada rutina, será en breve el denominador común a nuestra actividad cotidiana. Lo más reseñable en estos días, sin duda, la vuelta al cole de los más pequeños. Y la queja de los padres, para mí que con razón, ante el hecho de no poder aprovechar los libros del año pasado de la hermana mayor, en la mayoría de los casos. Bien es verdad que nos cuesta comprar un libro y luego tiramos el dinero, aquellos que así lo hagan aun en tiempos de crisis, en verdaderas tonterías.

Otro de los aspectos reseñables de la vuelta al trabajo es eso que se ha dado en llamar «síndrome postvacacional» y que algunos dicen padecer al encontrarse de frente con lo de todos los días después de un mes, una quincena o una semana de ocio, en la playa o en el campo, practicando el dolce far niente. Hay quienes se quejan amargamente de padecer en sus carnes los síntomas del citado síndrome. Y se agobian cuando no se angustian. Lo cierto es que cada vez se oye hablar menos de ese invento que durante unos cuantos años ha estado omnipresente en la vida de los ciudadanos de todas las latitudes.

Al parecer y según los expertos, el término es una entelequia inexistente, desmentida por todos los psiquiatras y que no aparece en los libros de texto como tal síndrome. En años pasados el susodicho hizo correr verdaderos ríos de tinta hasta el punto de que muchos ciudadanos llegaron a creer en los riesgos que tenía dejar el ocio del descanso estival para enfrentarse a la realidad cotidiana, a veces dura, a veces difícil y con la crisis galopante que nos acogota, a veces triste y descarnada. Lo digo porque, muchos trabajadores, a su vuelta de vacaciones, se han encontrado con una regulación de empleo o directamente un despido de esos que ahora se llaman «objetivos».

Estará de acuerdo conmigo en que en tiempos tan difíciles, como estos que nos toca vivir, trabajar es una suerte, una bendición, una dicha. Además siempre se ha dicho que el trabajo es salud. Aunque no es menos cierto que la respuesta inmediata ha sido: «¡pues que trabajen los albañiles!». A ellos les ha tocado bailar con la más fea. Convengo en esto porque, antes la situación actual que atraviesa España, no hay razones para quejarse de la vuelta a la actividad habitual. Aunque siempre hay quejicas.

Septiembre supone el inicio de muchas cosas, aunque puede que también suponga el fin de otras muchas. Lo cierto es que tenemos once meses por delante que debemos tomarnos con filosofía para plantearnos todo aquello sobre lo que pasamos de puntillas, en medio de la vorágine cotidiana, fundamentalmente los proyectos profesionales y de vida que estamos en la obligación de ayudar a preservar, con un puntito de atención a la salud que se ha dejado en manos del sol, del tabaco, del alcohol y de las comidas menos recomendables. Que nos lo tomemos en serio, ahora que estamos de vuelta casi todos. Total, sólo faltan unos pocos.