Desde luego quien nada contra corriente sabe que sus esfuerzos están sometidos a leyes incontrovertibles, pero también sabe que al que está quieto la corriente lo arrastra dándole tumbos contra el suelo de mala manera -porque todo lo incontrovertible o irrefutable suele entrañar algún tipo de violencia-. Después, es muy cierto, la corriente, un poco o más tarde, se remansa y lo que flota maltrecho con el sol o con el aire se destruye o se revive y renueva.

Hay quien asegura que para ser feliz es mejor ser ignorante, que lo que ocurre en el mundo sirve más para la infelicidad que para otra cosa. Pero la ignorancia no tiene que ser condición necesaria para la felicidad, aunque en esta vida siempre es mejor estar ignorante que echárselas de avispado y de buen conocedor y resultar que se está huero de una mínima experiencia y de saber.

¡Oh, la economía! ¡Cuánta preocupación genera! Cuando parece que la vuelta a la ortodoxia financiera o monetaria comienza a vislumbrarse poco a poco en Europa, aquí, por lo que sea, seguimos dando tumbos casi a ciegas. Desde lo que sería la «cuenta de la vieja», que es lo que mejor conocemos, podemos decir con Perogrullo, y con su primo el francés Monsieur de La Palice, que una cosa es conocer los problemas económicos y otra muy distinta es la presunción de su resolución o el modo de resolverlos. Cuanto más acuciante es la necesidad o la penuria, más se enreda en sus propias actividades y manipulaciones la ciencia que asegura saber evitarla. Es una verdadera maraña de tanteos y apreciaciones; ensayos de nuevos métodos, ya desechados y reconstruidos con el mismo esquema anterior y con las mismas fórmulas, que dejan ver su inutilidad con un espeso sedimento que servirá de base para una cultura extraña y cada vez más hermética. Si no se cambian las causas que motivan algo, lo subsiguiente seguirá siendo igual que lo de antes. No se quiere aquí criticar a los que profesan estos conocimientos con buena fe y blandiendo la voluntad de solucionar los problemas que aquejan nuestras finanzas familiares y nuestras economías privadas últimamente tan maltratadas. La Bolsa, como mostrador de lo que acontece, como escaparate estratégico del dinero siempre temeroso, suele operar sólo de día. Deja las noches para los pensamientos éticos y de conciencia. O para su anulación.

Los que tienen la obligación de saber bien lo que ocurre dicen muy serios que lo ignoran y aseguran que esto no lo entiende nadie. Y lo expresan con la serena sencillez de un frailecillo lego y casi analfabeto, perdido en la soledad de su cenobio, al que preguntáramos por las leyes que rigen la mecánica astral del Universo o por las últimas teorías de Stephen Hawking sobre Dios.

¡Vivir para ver!, como diría el castizo. La ciudadanía confiando en lo que nos presumen quienes nos gobiernan y, por detrás, los que entienden algo (o dicen entender) asegurando que esto no hay quien lo entienda. ¡A ver! ¿en qué quedamos? Si mister Obama, por ejemplo, va a poder eliminar impuestos como recurso para sus problemas ¿por qué mister Zapatero no? Que alguien se atreva y nos lo explique, que lo entenderemos si nos lo dice en lengua vulgar. Tenemos buenas entendederas para esto. Pero que no nos líen tanto con sus contradicciones y contraindicaciones.