La historia evidencia que cada vez que un medio nuevo ha llegado para quedarse en el mundo de la comunicación de masas, lo primero que ha hecho ha sido obligar a sus predecesores a mirarse al espejo. Le pasó a la prensa escrita con la radio cuando tras la segunda guerra mundial esta última dejó de ser una herramienta de propaganda y empezó a convertirse en un instrumento informativo de creciente poder. Y les sucedió lo mismo una vez más a la prensa escrita y a la propia radio cuando a finales de los años 50 le llegó al turno a la televisión superar la fase del entretenimiento y hacerse periodísticamente adulta. Ahora, las tres, prensa, radio y televisión, han tenido que hacer lo propio cuando ha llegado internet.

No sabemos lo que nuestros tres medios decanos han visto reflejado en el azogue, pero lo cierto es que seguramente les ha invitado a la reflexión. Igual que cuando fueron ellos los últimos en aparecer en el escenario, internet ha llegado cargado de innovaciones que parecen amenazar la estabilidad de los medios ya establecidos, cuestionando su propia identidad. Como si de golpe esta identidad se definiera por sus carencias más que por sus virtudes.

¿Es esto real? Desde hace un siglo estamos empeñados en que la versión más brutal del comportamiento depredador es la única aplicable a los «mass media». Los últimos en llegar aniquilan a los que ya ocupaban el territorio para reinar en solitario. Pero nunca ha sido realmente así. Se dijo: «¿Quién va a querer comprar y leer periódicos si en la radio te cuentan gratis todo lo que te ha pasado mientras haces otras cosas?». Años después se insistió: «Quién va a querer comprar y leer periódicos o escuchar programas de radio si la televisión te cuenta todo gratis y además con imágenes? Lo real es que la prensa, la radio y la televisión convivieron felizmente durante décadas, especializándose y creciendo en sus respectivos ámbitos mientras se influían mutuamente en una relación más simbiótica que parasitaria. ¿Va a haber una excepción con internet o realmente ese «fin de los tiempos» que vaticinan los especialistas en el Armagedón periodístico va a producirse esta vez?

De momento, el avance tecnológico que ha llevado consigo el desarrollo de la Red sólo ha hecho una cosa: poner en tela de juicio la exclusividad de los soportes que utilizan los medios existentes, pero no a los medios en sí. No es imprescindible el papel para leer periódicos, no hace falta un receptor de televisión convencional para ver programas, no necesito un aparato de radio para seguir una emisión. ¿Podemos augurar una inmediata desaparición del papel, de las teles o de nuestras radios con dial? Pues parece que no. Sería como preguntarse por qué no han desaparecido las bicicletas tras la invención del coche, cuando es obvio que cumplen funciones muy distintas aunque los dos sean medios de transporte. Que aparezcan nuevas opciones no significa que sean desestimables las que ya existían. El mercado y la demanda serán quienes decidan. Y si en el futuro no hay demanda para alguno de esos soportes, seguramente desaparecerán. Aquí, al contrario que antes, la versión depredadora sí es plenamente aplicable.

¿Cambiarán los medios? Por supuesto. Ya lo están haciendo (posiblemente para mejor). Y es algo que, una vez más, ya había sucedido antes, cada vez que un nuevo «vecino» llegaba al barrio. Todos han creado sus versiones digitales y se están aprovechando de unos niveles de comunicación interactiva con sus audiencias como nunca habían conocido. Ofrecen sus contenidos en formatos propios de la web, adaptándolos en algunos casos al estilo de consumo de contenidos digitales. Es inevitable porque el cambio de medio impone implícitamente una alteración, más o menos sutil, de la esencia de los contenidos: no es lo mismo ver un programa de TV en el salón, ante una televisión de plasma de 50 pulgadas, que ante el monitor de mi ordenador; no es lo mismo leer un reportaje en la edición digital de un medio impreso o en su versión para teléfono móvil que en el propio periódico. Esa alteración va perfilando nuevas formas de consumir esos contenidos que, a medio plazo, obligará (ya lo está haciendo) a adaptarlos a los nuevos soportes.

Los medios que ya estaban mejoran, pero ¿y el recién llegado? Al periodismo digital aún le están saliendo los dientes. Tiene que digerir y encajar muchas cosas como la multiplicación de las fuentes informativas, el fin del monopolio informativo de los medios tradicionales o la alternancia de papeles con su audiencia: el lector que se convierte en periodista. Tiene que manejar comunidades de lectores autogestionadas donde se ventilen más cosas que el último cotilleo absurdo o el último insulto ocurrente. Tiene que proporcionar un marco donde el ejercicio de la libertad de opinión e información sea cada vez más extenso, al mismo tiempo que mantiene y aumenta la sacrosanta fiabilidad que su mancheta garantiza. Tiene que inventar su forma de comunicación y su identidad porque como medio digital no es prensa escrita, no es radio ni televisión, aunque comparta muchas cosas con sus «mayores». Tiene que ganarse la confianza de los lectores, la misma que hace que, más allá de críticas puntuales y generalizaciones, permite que los medios sigan construyendo ese mapa de la realidad que sirve a sus seguidores para decidir la ruta que seguirán sus pasos. Al fin y al cabo, nada ha cambiado. El lector, el oyente o el televidente, convertido en «usuario» para los medios de internet, sigue siendo el único autor del sortilegio que hace posible que, como decía Cortázar en «Historias de Cronopios y famas», un montón de hojas impresas, que siempre pueden acabar envolviendo noblemente medio kilo de acelgas, se conviertan en un diario.