En realidad, si es que nos limitamos a mirar la vida y a analizar algunas muestras de humor, llegaríamos tal vez a la conclusión de que los reyes de la risa, los humoristas, son personas normales, seres humanos como todos los demás con sus altibajos, con sus preocupaciones, sus amores o amoríos, sus sueños y sus problemas, sus opiniones y sus recursos. Pueden ser felices o infelices, alegres o tristones, sabios o torpes, despreocupados o meticulosos; pero tienen el privilegio de poder tomarse a broma el destino del hombre y hacer reír como la cosa más natural del mundo. No siempre lo consiguen, pero al menos lo intentan. Es que el humanismo no se sustrae a la vida y es una forma de soportarla y de combatirla cuando se ven sus lados y aspectos negativos.

El escritor más tétrico, más fúnebre, más pesimista, puede tener y de hecho tiene su media hora de ironía y sarcasmo, hasta tal punto que hay quienes disertan sobre «humorismo macabro o negro», del que podría decirse que es divertido aunque sólo sea por presentar lo absurdo de estar triste. El buen humorista ve a la persona en toda su inmensidad interior. Y se sobrepone a la insensatez general. El humor es una de las cuerdas del violón del escritor. De ahí que haya también quienes sólo saben tocar el violón, con una disonancia armónica. Y que haya quienes se mercantilizan y acaban no distinguiendo lo que es bueno y lo que es mediocre o burdo. O los que confunden la dinámica vital con el chorizo de Cantimpalos.

Por esto, no queda más remedio hoy que considerar humor macabro esa decisión incomprensible del consejero del tripartito catalán, el de Innovación, Universidad y Empresa, señor Josep Huguet, independentista por más señas, cuando quiere sacar adelante el «decreto de exigencia de catalán en su nivel C a todos los profesores de los centros públicos de educación superior». Lo de menos son los méritos académicos y de ciencia para esta lumbrera excelsa de la política catalana. No debe haberse dado cuenta de mirar a ver qué se hace en el resto de Universidades del mundo, donde lo que importa es el saber y no en qué lengua se tenga ese saber. Van a ser las Universidades catalanas el hazmerreír del mundo entero. Por si a este infumable consejero se le conocía poco en el exterior, con estas no digamos. Lo van a tachar de todas las listas.

Eso sí. Dentro de muy poco seguro que habrá «bisbes catalans», «jutges catalans», «notaris catalans» y «catedratics catalans» y las gentes en Cataluña podrán decir con orgullo legítimo «soms uns desgraciats, pero soms catalans». Y viva la madre que trajo al mundo al tal Huguet y a la del que lo puso en la Consejería. El suicidio cultural es de tal magnitud, según Alejo Vidal-Quadras, vicepresidente del Parlamento Europeo, que más parece una broma oscura de muy mal gusto; pero puede llegar a ser una realidad si en la Generalitat se aprobara tal cosa. Es un enfoque tan patán, tan retrógrado, tan palurdo y zafio que sólo puede entenderse desde lo absurdo del humor más negro y macabro que pueda darse en nuestra sociedad. Se acerca este más a un «catalanosaurio» de esos que piensan que Gil de Biedma, Pau Casals, Salvador Dalí, Mariano Fortuny, Santiago Rusiñol, Eugenio d´Ors Rovira, Joan Miró, Salvador Espriu y tantos otros han llegado a la fama y reconocimiento universal sólo por ser catalanes y no por su aportación al arte y a la cultura. O peor, de los que desearían una república independiente llamada Catalunyistán, ¡eso sí! muy suya. ¡Ya que hablamos de humor…… valga el sarcasmo!