Dicen que Mariano Rajoy tiene un gobierno en la sombra al modo de esos escritores que tienen una novela en un cajón. Los segundos no encuentran editor; el primero no encuentra votos. El problema de las novelas en el cajón es que se pasan, como el pescado, y llega un momento en el que es mejor envolverlas en una bolsa de plástico, sellarlas bien selladas, para que no huelan, y arrojarlas a la basura.

Eso, cuando existen realmente, porque en la mayoría de las ocasiones son delirios de esos de escritores tan de aquí que no escriben, pero que se pasan la vida amenazando con sacar una obra maestra. El problema de los gobiernos a la sombra, cuando no son una fantasía, es que se descomponen también, se pudren, y se llenan de gusanos si tardan mucho tiempo en salir a la luz.

Imaginemos, por ejemplo, un gobierno del PP en el que Rajoy hubiera pensado en Francisco Camps para ministro de Interior. Sería una risa, claro, como nombrar al Dioni secretario de Estado de Seguridad o a Díaz Ferrán vicepresidente económico. No sabemos desde cuándo tiene Rajoy un gobierno en la sombra, pero lo cierto es que los rostros más conocidos de su partido están ya medio quemados e inhabilitados por tanto para dirigir un país, incluso un país sombrío. ¿Qué ministerio se le podría dar, por ejemplo, a Carlos Fabra, otro varón insigne del PP? ¿Qué responsabilidad a Soraya Sáenz de Santamaría, ingeniosa oficial en decadencia? Están también Gallardón y Aguirre, pero no somos capaces de imaginar a ninguno de los dos en la sombra.

Ahora bien, lo que no es verosímil de ninguna de las maneras es que Rajoy llegue a presidente del Gobierno. No lo decimos nosotros, lo dicen las encuestas. Vale que sacó las oposiciones a registrador de la propiedad, a las que hay que echar muchas horas y muchos codos, pero más horas y más codazos ha dedicado a la presidencia del gobierno con los resultados de todos conocidos. Quiere decirse que si Rajoy tiene un gobierno en la sombra, será un gobierno gris, oscuro, húmedo, un gobierno opaco, lo que cuadra muy bien con su personalidad de registrador barbudo. Con un gobierno de esa clase se puede fantasear, como con una obra maestra en un cajón. Pero la realidad es muy cruel.