Pues aquí está septiembre, mes de generales temblores en un refranero tan dado a los alarmantes avisos. Lo que sea será, y barro habrá si llueve argumentaba el más incisivo y talentoso de nuestros genios nacionales. Un poeta bromista apostillaba el anuncio de un temporal por aquel familiar «hombre del tiempo» de la televisión en negro: «no interrumpa el sueño en alcanfor de la gabardina; espere a que llueva». Con talante semejante, se deben recibir los pesimistas augurios sobre el nuevo año político: a lo mejor la realidad no será tan mala, a lo peor... En todo caso, anticipar el sufrimiento por futuribles inseguros es puro sadismo.

No pasa nada y si pasa, pasó, advertía la prosa, más filosófica que municipal, de un antiguo secretario del Ayuntamiento zamorano. Vuelven pesarosos los veraneantes al duro tajo y parece cruel recordarles los nefastos signos de los tiempos inmediatos.

En cambio, los sufridos «tontos de agosto» que se quedaron guardando la viña, se van exultantes ante lo que esperan y contentos por huir de lo que dejan. Ya hace tiempo, inducido por otro de aquellos tontos (presuntos como ahora se dice), di en cambiar viejos esquemas sobre el tiempo más idóneo para el descanso anual; porque no cuesta comprobar que agosto se sufre y septiembre se disfruta; en el primero hay que aguantar los excesos del calor y las aperturas de las agobiantes multitudes; mientras que septiembre invita a gozar de las delicias de la templanza climática, prenda de un ambiente más tranquilo y reconstituyente.

No es previsible que la arriscada política ceda a la templanza en el mes de los tembleques; al contrario, es de temer que se enconen los viejos males que ni en el tiempo vacacional han experimentado mejoría alguna. Se afirma y parece verdad que todo está en crisis, dentro y fuera de España. Las crisis, causa segura de debilidad, son ocasión que los ambiciosos no suelen desaprovechar; tal es el sentido de los inamistosos toques de Marruecos en Melilla y en el Aaiún; tanto en las vejaciones a las policías en la frontera como en las agresiones a los activistas canarios prosaharauis, se ha manifestado con chulesca prepotencia, frente a la flojera contemplativa del ministro Moratinos; los españoles agredidos no han quedado satisfechos, ni mucho menos, de la actuación del Gobierno español. Algunos comentaristas políticos y la oposición creen adivinar, en estas habituales blandenguerías, el peligro de ulteriores concesiones de mayor gravedad y trascendencia.

Torpe sistema es recular y ceder habitualmente a las exigencias de irracionables ambiciosos. En esa línea se ha mantenido el partido dominante -con ayudas- en su política con Marruecos y Gibraltar; también, con nuestros nacionalistas periféricos. ¿Dónde terminarán las exigencias de unos y otros; hasta dónde llegarán las cesiones del Gobierno? Esta es la pregunta que el espectador ajeno a la política de partido se pregunta ante la votación de los Presupuestos del Estado; acaso teme que la imperiosa necesidad de votos propicie concesiones aberrantes. Resulta curioso y preocupante que el gran peligro de la democracia esté significado en el voto. No será lógico, pero el tiempo electoral no resulta el más propicio para que luzcan las bondades del sistema democrático, «el menos malo de los que hay y habrá», en honesta y entusiasta ponderación.