El Ensanche fue una alternativa muy positiva para el crecimiento de la ciudad, pero una vez agotado el suelo disponible iba a abrirse a un futuro que no se veía claro, a lo que se añadía el franco declive de la ciudad antigua. Ésta, cuyo soporte económico estaba basado en el comercio de los grandes almacenes de venta al detall preparados para atender las necesidades de la capital y comarca, no podía encarar otro tipo de actividades basadas en la producción y gestión de artículos de consumo más actuales, y a eso añádase la de buscar nuevas tipologías de tipo residencial que demandaban novedosas formas y usos en los hogares. Así, el Ensanche pudo reafirmarse como una realidad, la más apropiada para las nuevas clases medias compuestas de profesionales y de hombres de negocios, en manos de los que se gestionaba la nueva economía.

La ciudad antigua había realizado, con éxito, la remodelación de su casco a finales del siglo XIX, de acuerdo con las aspiraciones de una nueva clase de comerciantes que tuvieron la habilidad de hacer la transformación del casco medieval de la forma menos traumática. Pero las expectativas que se abrían en los años 50 iban a poner en crisis el modelo económico vigente, pues aunque se despertó la sensación de que el porvenir estaba en las ciudades ya que en ellas se iban a implantar sistemas de producción basadas en nuevas tecnologías mientras que el campo se veía irremediablemente a dejar de ser el motor básico de la producción de bienes. Como consecuencia, el conjunto de nuestra provincia se convirtió en un vivero de emigración a las grandes ciudades del país e incluso nuestra ciudad también recibió la presión de una inmigración sobrante de los pueblos de la misma provincia, que a su vez aportaba una mano de obra que podía absorber el sector de la construcción y venía a crear una nueva demanda de un tipo de vivienda popular con programas específicos, que dieron lugar a nuevas barriadas destinadas a estos nuevos inmigrantes. También existía otro sector de gente de la provincia, más acomodada, que contagiados por el creciente éxodo pretendió asegurar sus ahorros mediante su inversión en pisos y que, al menos, les aseguraba una segunda vivienda en la capital.

Ya en los años 50 se habían emprendido diversas actuaciones de la vivienda denominada social en la ciudad por parte de la Obra Sindical del Hogar, en el barrio de San José Obrero y en la margen derecha de la carretera de Tordesillas. Se puede decir que este último era uno de los sitios más valorados, por donde necesariamente iba a producirse la expansión de la ciudad. Sólo se puede entender esta última promoción como un gesto de propaganda del Régimen, por el solar elegido y porque su diseño se atuvo a los cánones de la arquitectura racionalista europea, un estilo que hizo propio la República, pero que en plena represión política buscaba mostrar la «cara liberal» del Régimen. El proyecto tuvo su mérito porque la barriada que creó poseía una personalidad propia y moderna, su repertorio de formas estaban inspiradas en ejemplos consagrados de la arquitectura expresionista y el trazado de sus calles daba a los bloques de edificación un sentido de continuidad que conformaba ámbitos típicamente urbanos.

La iniciativa privada no tardó en entrar con actuaciones importantes y la primera gran promoción se hizo en el Polígono de las Viñas, en una gran finca en la que se proyectaron viviendas de promoción oficial. Era el polígono mejor situado de la ciudad, porque estaba en el área de influencia de expansión de la ciudad, en continuidad con la superficie del Ensanche. Estaba en una zona de forma y topografía muy regulares y en una posición dominante sobre las zonas limítrofes. Con esta promoción volvía a repetirse una situación análoga a la que se produjo cuando se demolieron las murallas de la ronda, en que se abrió todo el abanico de posibilidades y dudas. Lo lógico es que para dar la réplica a lo ordenado al otro lado de la vía de ronda se hubiese adoptado el mismo tipo de ordenación, de edificación en manzana cerrada en damero. Aquí en cambio se decidió resolver la ordenación mediante una serie de módulos en aspa conectados entre sí, lo que daba lugar a orientaciones múltiples. Con el mayor juego de orientaciones se disminuía el desarrollo de sus frentes y se conseguía una ordenación de alto rendimiento de edificación, con una urbanización muy simple, por el alto grado de ocupación de los bloques de edificación, y reducirse el espacio libre de parcela. No se acaba de entender la razón por la que se escogió este tipo de ordenación. Parece que la travesía-ronda proyectada se había convertido en la marca del final del Ensanche y con ello la ciudad que venía a continuación estaba llamada a ser, ni más que menos, meros suburbios lo que daba una mayor libertad para adoptar ordenaciones de desarrollo para gustos y tamaños de parcela de acuerdo con las posibilidades de sus promotores. En este caso concreto, éstos no supieron apreciar las posibilidades que encerraba el actuar en la parte que podía ser la más moderna y rentable de la ciudad y la prueba la tenían a la vista, ya que el frente que mira a esta travesía es el que más calidad urbana y arquitectónica tiene de todo el Ensanche. Sólo faltaba rematar la faena y completar el lado de la acera opuesta de esta travesía y seguir los criterios que se habían aplicado. Así que el ardid para que el Estado sufragase esta vía con futuro de avenida, desperdició su fruto más rentable, y se perdió la oportunidad que le habría puesto en un futuro, el más espectacular de toda la ciudad. Suponía la consolidación de una gran avenida, de una escala desconocida en nuestra ciudad, y como colofón la de todo un tejido urbano con la escala y prestaciones adecuadas que vendría a reforzarse con los atributos de centralidad más indiscutibles. Y todo ello se explicaba por la coincidencia espacial inmediata de dotaciones altamente dinámicas como son las estaciones de autobuses y del ferrocarril, además con el hecho de partir de una promoción inmobiliaria de un tamaño importante en la ciudad. Se habría podido lograr una regulación modélica y uniforme, soslayando los riesgos que tiene todo fraccionamiento de las actuaciones arquitectónicas a lo largo de una calle. Se debería haber llegado a alcanzar una organización del continuo de la trama urbana en la que quedarían integradas ambas estaciones y diversos equipamientos potenciándose mutuamente en el conjunto.

Se hizo, desafortunadamente, lo que parecía más conocido, aunque los antecedentes edificados no eran como para entusiasmar a nadie como los antecedentes en Móstoles, Alcorcón y Leganés. Ello ha dado como resultado un conjunto de edificaciones que, aun estando dentro de la misma vecindad, parecen ignorar al resto del barrio. Un colegio de EGB y una guardería, edificios que aparecen como flotando al lado de los potentes bloques residenciales. Estos, a pesar de sus dimensiones importantes, muestran su juego de formas de una arquitectura ajena al papel urbanístico del conjunto y conscientes de que la vida propia del barrio la deberán buscar sus vecinos fuera de su entorno. La estación de autobuses próxima se cierra dando la espalda a una calle sin atractivo alguno, ni para la acogida a los recién llegados, pero ¿qué se podría esperar del barrio-dormitorio en que está situada? Y finalmente, todo este sector aparece emparedado entre una arteria que la separa de la parte más viva de la ciudad y cuyo pulso le llega de forma indirecta. Y por añadidura, las tapias institucionales universitarias que cerrando espacios y vistas a la manera tradicional y que habría que corregir pues se espera que una Universidad muestre por lo menos en sus edificios las ansias de apertura hacia el barrio en que se asienta.