Me estaba refiriendo en el anterior artículo del epígrafe al carácter de icono, para entendernos, de figura expresiva que deberá tener el nuevo edificio del Museo frente al fondo que representan las piedras del Castillo. Lo que viene a significar que las formas del Castillo no pueden condicionar las propuestas que implica la nueva edificación. Este carácter icónico del Museo es el que va a garantizar su presencia como hito permanente de cultura de cara a la ciudad. Como en muchas obras de arquitectura esta relación a veces cambia de sentido y el conjunto diseñado volverá a ser «figura» frente al conjunto del entorno. Son cualidades que hablan del carácter ambiguo que se da y enriquece la forma de muchos edificios.

También me refería al tipo de selección del arquitecto redactor del proyecto, y echaba de menos el caso del Guggenheim, en que en la selección intervino una corporación muy experta en arte contemporáneo y que formaba parte de los ambientes artísticos más exigentes de los EE UU, que fueron los que avalaran la figura del arquitecto. Aquí, en nuestro caso, se eligió a una ilustre y reconocida figura internacional pero hasta la fecha no podemos emitir juicio alguno sobre el papel jugado por el citado arquitecto en la evolución de los trabajos que impidieron la culminación del proyecto. El Ayuntamiento decidirá, sin aclararnos nada, si reanudará la colaboración con el citado profesional. Si lo hace o no, en todo caso, se supone que de la experiencia pasada deberían sacar algunas enseñanzas. Por ejemplo el que la designación por concurso de méritos requiere un conocimiento muy cualificado sobre el momento profesional de cada uno de los candidatos, la carga de trabajo e importancia que tiene entre manos, por el tiempo que le pueda restar a su dedicación y el interés de los trabajos en que esté implicado relativos a ciudades históricas, o a espacios expositivos. Cada profesional tiene su propio recorrido, y a poco que se le haya seguido su trayectoria, se pueden anticipar muchos aspectos de las líneas maestras de su propuesta. Esto obliga a que la entidad convocante del concurso tenga las ideas claras acerca de lo que quiere y de la respuesta que le pueda dar el convocado. Dejo fuera las condiciones del programa del edificio, sus superficies, usos, servicios y esquemas de funcionamiento que son cosas que se les suponen a profesionales de alto nivel. Las demandas deben referirse a la filosofía del proyecto, a conceptos fundamentales tales como si el museo va a constituirse como un reducto aislado del exterior y que la contemplación de las obras se haga en un espacio etéreo, libre de toda contaminación terrena. Por el contrario, si se piensa que el Museo esté concebido como un órgano que aspira a aumentar la vibración y el pálpito de la ciudad y, traspasando los muros de piedra de la fortaleza, la ciudad sienta que un nuevo imán ha empezado a dar orientación y vigor a las cuestiones relativas al mundo del Arte.

¿Es qué a la ciudad se le ha planteado lo que quiere que sea su Museo? Una vez más, deberá acomodarse disciplinadamente a las propuestas que le ha presentado el profesional de turno. Y con toda probabilidad su solución estará alineada con la primera opción, es decir, con la que lleva a acentuar el carácter de recinto separado de la ciudad.

Pero el actual contratiempo, con todos sus inconvenientes, tiene que haber proporcionado datos que no se conocían y que el trabajo de Moneo y las excavaciones han podido revelar con lo que se supone que puedan enriquecerse las tareas futuras. Cuando leo que el recién estrenado Museo Arqueológico de Atenas se hizo después de una serie de concursos, unos de convocatoria abierta, otros restringidos, que permitieron que el jurado se fuese clarificando y que se fuese estrechando el número de participantes, me admira el ejercicio de estrategia de largo alcance que desarrolló el jurado consciente de la importancia del proyecto. Asumieron un alto grado de responsabilidad porque se vieron ya en trance de ser juzgados por las presentes y futuras generaciones ante nada menos que la suprema presencia del Partenón.

Otro aspecto que pertenece a los orígenes del proyecto museístico es el que se refiere a la relación que existe entre la cuantía numérica de la obra de Lobo y compararla con el espacio disponible en el interior del Castillo. Nadie duda que edificio y obra deberán acoplarse y de que la significación del uno se cumpla con el contenido del otro y de que toda duplicidad menoscabaría el efecto de conjunto. Pienso que la colección permanente deberá ser la que ocupe todas las salas disponibles en el Castillo y la obra sobrante, más secundaria, deberá quedar almacenada en depósitos adecuados, lo mismo que se hace en los grandes museos como el Prado o el Hermitage, que ocasionalmente exhiben los cuadros alojados en sus almacenes, organizando para ellos exposiciones temporales en el propio Museo o en préstamo a otras salas diferentes.

Parte de estas exposiciones temporales se alternan con obras de otros artistas, dentro de la línea que se haya marcado el propio Museo, por ejemplo, exhibiendo obras de artistas locales contemporáneos, etc. Un ejemplo de este tipo de museo es el de Esteban Vicente de Segovia, en que junto a las salas que exhiben la obra del artista titular hay otras para exposiciones temporales. El museo conserva así el atractivo de la novedad y de estar atento a los temas de actualidad y, por ello, es un lugar importante en la vida cultural de la ciudad.

Pretender que toda la obra de Lobo sea susceptible de ser exhibida de forma permanente en una misma ciudad, aunque sea en edificios distintos, es algo inusual y que sería incluso motivo de sorpresa, en fin, que se sale de toda relación de proporcionalidad y que no hay artista que haya ostentado tal grado de monopolio sobre ciudad alguna. El artista Lobo demostró un ingente don de generosidad con su ciudad al legarle su obra. La ciudad, en correspondencia, ha reservado para su exposición y sede permanente de su obra el edificio más emblemático que posee. No convirtamos una unión que puede ser armónica y que engrandezca a las dos partes en un ejercicio que tiene todas las trazas de ser fruto de un arreglo forzado que nadie entenderá y resultado de una visión más propia de trato de mercancías.