Los mil cien años de la repoblación de la urbe de Toro en el año 910 por el conde (¿?) García, ubican tal población dentro del Reino Asturiano, y tal concreción, debe ser destacada desde un análisis amplio de las circunstancias concretas y específicas de la península Ibérica en los inicios del siglo X. Toro, lugar situado a la orilla del escarpe del río Duero, en su margen derecha, es un enclave privilegiado, que, desde su cota de altitud, domina la amplia y feraz vega «duerensi» y comparte una magnífica posición de observatorio sobre un amplio espacio territorial que le permite tener una vigía óptima sobre posibles movimientos de ejércitos en sus alrededores. Toro en el 910 es una atalaya, una atalaya asturiana, frente al poder, gran poder, del islam y, por serlo, recibe las atenciones de Alfonso III «el Magno», quien persuadido de su alta importancia ordena a su hijo García su repoblación.

Con la muralla natural de Las Arribes (El Arribanzo), Alfonso III «el Magno» debe cubrir la parte central de la frontera del territorio de su basta Corona Asturiana y es por ello que fija, de forma estratégica, sus opciones preferentes en esas dos poblaciones mesetarias que constituyen los lugares de Toro y Zamora que, en jornadas de 15 km, le permitirá atender un espacio fronterizo de casi 70 km.

Cualquier ejército que desde el Sur avance hacia y contra el Reino Asturiano debe optar por el ataque a través del Condado de Portucale, o, salvando Las Arribes, entre Tordesillas y la actual frontera hispano-lusa, y en ello resolver la dificultad, la gran y extraordinaria dificultad, que le suponen las ciudades amuralladas de Toro y Zamora, que se muestran, desde su altitud sobre el cauce del río Duero, como dos bastiones inexpugnables. La otra posibilidad que les queda a los ejércitos agarenos es atacar por el Este al Reino Asturiano, desde el tramo de San Esteban de Gormaz hacia la Extremadura soriana y para ello Alfonso III «el Magno» cuenta con la ayuda/alianza de los Banu Quasi que le mantiene a salvo de sorpresas bélicas.

Fortalecidas Toro y Zamora, Alfonso III «el Magno» hace de este espacio territorial del Reino Asturiano su factor bélico dinámico para ir hacia el sur. Este espacio asturiano, sintetizado entre Toro y Zamora y ampliado entre El Arribanzo y la desembocadura del río Cega en el río Duero, es el centro de las operaciones de los ejércitos asturianos en pro de lograr la unidad hispánica. ¡Quién lo diría viendo su actual situación de postración y decadencia impuesta por la foraneidad política! ¡Vivir para ver! Cuando las gentes se doblegan en lo que les es propio y la defensa de ello, sucumben ante los intereses de los otros de fuera.

El conde García al repoblar Toro, no sólo la convierte en una ciudad excepcional, sino que la introduce, con el sentido de tal repoblación, en la dinámica de las formas, usos y costumbres del Reino de Oviedo y de tal ámbito (en lo religioso, cultural, político y antropológico) participa. Ese origen asturiano de Toro ha decaído en sus referencias obligadas (tal vez por las necesidades oficiales de guiones que llegan del este) en amplio desuso, cuando es, precisamente, el origen de la ciudad, algo que tiene que enmendarse ya. Toro es del Reino Asturiano en el año 910, y ello constituye su dato de identidad referencial patronímico en amplio parangón con los demás lugares de Hispania.