Llegó el momento de la vuelta a clase lo que supondrá las habituales escenas de todos los años por esta época: los llantos desconsolados de los más pequeños, que van por primera vez, y la resignación o la alegría forzada de los demás, pues hasta a los que más les gusta ir al colegio les gusta todavía más no ir. Pero se acabaron las vacaciones y no queda otro remedio, por muy pocos cortos que les hayan resultado los dos meses de asueto. Igual de cortas se nos hacían, en nuestra infancia, las vacaciones de verano, y eso que en Valladolid las clases no comenzaban entonces hasta octubre, dado que las ferias de la ciudad se celebraban a últimos de septiembre.

Claro que más cortas aún pueden ser no tardando las vacaciones escolares si es que llega a prosperar esa petición de algunas asociaciones de padres que se han dirigido al Gobierno y a las autonomías reclamando que el curso comience con el mes de septiembre, el mismo día uno. El motivo de esta drástica petición es, como se dice ahora, el poder conciliar la vida laboral y familiar. La vida de los mayores, se entiende, porque en este asunto nunca parece que se piense mucho en los niños. Si los padres trabajan, los hijos tienen que estar ya en los colegios o guarderías, al margen de lo que a ellos les guste o no. Como se suele decir en broma que no lo es tanto, se les aparca, y a veces cuando se trata de los niños es como si se hablase de objetos o de seres vacíos, sin sentimientos.

No es que se pueda decir tampoco que los padres no tengan razón cuando reclaman medidas que les permitan compaginar el trabajo y el hogar, porque objetivamente la tienen. Las cosas son como son y no como nos gustaría que fuesen o como deberían ser. Es indudable que todos quisieran tener tiempo bastante para estar más con sus hijos, pero tienen que acudir, ella y él, a sus centros laborales, y el problema entonces es qué hacer con los niños si aún disfrutan de las vacaciones escolares. Porque no en todos las familias, claro, se dispone de unos abuelos a mano para quedarse con los nietos ni de una economía lo suficientemente fuerte como para pagar a una persona porque atiende y cuide a los menores durante las horas de trabajo del padre y la madre.

Un problema de difícil solución, hay que reconocerlo, derivado de los modos de vida actuales. Antaño, daba igual lo que durasen las vacaciones en el colegio, porque siempre estaba la mujer en casa, con la prole, que solía ser muy numerosa, mientras que el marido pluriempleado se pasaba el día trabajando fuera del hogar. Las cosas han cambiado mucho desde la plena incorporación femenina al mundo laboral, y a alguien hay que pedirle fórmulas eficaces que puedan servir para hacer frente a esta situación que afecta a tantas y tantas parejas jóvenes y con hijos. Habrá que echarle imaginación y medios humanos y económicos al peliagudo asunto. Pero lo que no debe ser es que resulten casi siempre los niños los paganos, y que ahora se piense, encima, en recortarles un descanso escolar que necesitan y al que tienen derecho. Además, España es uno de los países con más días de clase al año.