Los restos de nuestras murallas constituyen una parte importante y sin ninguna duda la primera de las señas de identidad de la fortaleza y como tal de la ciudad de Zamora con todo lo que la historia ha acumulado en su recinto y en su entorno.

Recuperar en lo posible la visión de esos restos ha sido un acierto, allí donde se puede hacer y se conservan, en sus dos elementos claves: el paseo de ronda exterior, más fácil y más vistoso; y el paseo de ronda interior, menos vistoso y más difícil, por los infinitos factores que sobre él pesan, pero tan clave para la identidad de las murallas como las edificaciones que definen, marcan, ilustran y nos permiten ver unas veces y adivinar otras como era una ciudad medieval, como eran sus calles, su planta y el significado y valor de muchos de esos pequeños espacios que hoy, en un alarde de ricos perdonavidas, depreciamos con tanta altivez, como ignorancia de lo que hacemos, aunque el pecado es de quien lo permite, lo tolera y a veces lo patrocina. Por fin la iglesia de Santo Tomé ha quedado liberada de los adosados a su lado del mediodía, como el interior del tramo de muralla de Puerta Nueva, lo que se conocía como El Pajar del Rey, sin duda como consecuencia de la Academia de Caballería y del Cuartel de la misma arma. Pero el dejar liberado Santo Tomé no significa que se derribe todo el entorno de manera indiscriminada para dejar el hito, aséptico de humanidad, de sentido y de todo lo que a su alrededor ha nacido y que se ha pegado a esa misma como aprovechándose de algo que se dudaba de su propiedad.

Recuerdo el derribo de la casa modernista de los Rubio, donde vio la luz Santiago Alba Bonifaz, en la que el entonces delegado de Bellas Artes mantuvo una dura y áspera tensión con el entonces arquitecto conservador que obligó al consejero de Bellas Artes a enviar a la entonces Dirección General tres informes para que se edificase dejando libre la parte del hastial, en la zona oeste de la iglesia de Santiago del Burgo. Los ejemplos y las historias se pueden multiplicar por el número que queramos, teniendo en cuenta que durante cinco siglos nos hemos llevado por delante una media de ocho edificios nobles, auténticos monumentos, hasta quedar reducido nuestro patrimonio a lo que todos conocemos, ofrecemos y presumimos, sin explicar nada del que hemos dilapidado. Nada de extraño tiene que allí donde hacemos un pequeño hoyo, nos encontramos con restos de cierto interés.

El giro de la muralla de la cara norte de la iglesia de San Isidoro ha permitido recuperar un tramo de paseo de ronda interior de ese ángulo, que sin duda en su día permitirá quedar abierto hacia el portillo. Esta apertura ha permitido conocer un tramo interior del recinto con acceso a un ángulo cuyo cubo se derrumbó en la década del cuarenta del pasado siglo y se restauró gracias a la intervención de la Comisión de Monumentos y del Ayuntamiento. Hoy ese rincón vuelve a recuperar vida, pero urge la restauración de ese tramo de la muralla, conservar y cuidar la subida. Y nada de extraordinario tendría rematar sus almenas, para además de evitar el peligro devolverle esos remates que caracterizan a todo recinto murado y poder seguir soñando con descubrir espacios de esos símbolos de los lejanos siglos y aunque sea hechos pedazos, conservarlos para recordarlos en plenitud, mirarlos con respeto y respetarlos siempre, antes que apropiarse de ellos, mancharlos o prostituirlos por desaprensivos haciendo de ellos vulgares cacicadas que más que dignidad y prestancia a quienes lo hacen sólo contribuyen a definirlos como unos vulgares e incómodos convecinos.

La iglesia de San Isidoro volverá a tener cerca el calor de los hogares y cuando pases por esos rincones, piensa que en ellos y en otros parecidos se escribió la historia de la que tanto presumimos. Y es que no tenemos otra. Las avenidas son otra cosa y hablan otro lenguaje.