Cuenta la letra de un corrido mexicano que la higuera se secó; tenía las raíces fuera. Valga la cita como metáfora de la Europa que reniega de sus raíces cristianas. Benedicto XVI, peregrino en el Santuario de Mariazell, ha llorado una vez más por esta Europa desarraigada donde declinan los valores que fueron fundamentales en la conformación de la Civilización Occidental. El Papa, intelectual entero y verdadero, ha recurrido a la autoridad del filosofo agnóstico Habermas para ponderar algunos valores tan importantes para el progreso como la justicia judía y el amor cristiano. No suele discutirse entre relevantes figuras del pensamiento el papel decisivo de la Iglesia en la Historia de Europa; sin embargo, la UE se niega a reconocer en su Constitución, las raíces cristianas; tal vez persistentes prejuicios sectarios se impongan al razonamiento objetivo. Filósofa, acatólica confesa Simone Weil escribió: "... creo que no es posible renunciar a las i_deas cristianas sin degradarse; unas ideas cuyas raíces se hallan en el pensamiento griego y en el proceso secular que ha alimentado nuestra civilización europea durante siglos".

Simone Weil fue tenida por musa de algunos de nuestros sedicentes progres, que probablemente no estarían de acuerdo con su afirmación concluyente y razonada. Con la cita como argumento de autoridad pone fin el profesor Thomas E. Woods Jr. su libro "Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental". La versión española está precedida de un prólogo esclarecedor del cardenal Antonio Cañizares. "En cierto modo hasta podríamos decir que el cristianismo irrumpe en la historia como la religión de la Razón". La sorprendente y cierta afirmación del prologuista podría ser el resumen y conclusión de la obra. El profesor Woods discurre con amena erudición fundamentada sobre un excelente trabajo de recopilación y sistematización de datos históricos que responden puntualmente al título del libro. La Iglesia es luz en las tinieblas de la barbarie, crea universidades, se interesa por la ciencia y es principal promotora de las Artes: a la acción y protección de la Iglesia debe Europa la mayor parte de su Patrimonio Artístico. Hombres de la Iglesia ponen los cimientos del Derecho Internacional y del Penal. El amor cristiano, la caridad cambió profundamente el mundo de los desvalidos. Al decir del autor del libro que comen tamos, es imposible registrar todas las obras de caridad realizadas por religiosos y religiosas, parroquias, cofradías, organizaciones laicas de ayuda, misioneros, etc. Durante siglos no hubo más hospitales, manicomios, orfelinatos y escuelas que los creados, sostenidos, regentados y asistidos por organismos dependientes de la Iglesia. Pocos, muy pocos, de los numerosos y fehacientes datos históricos que aporta el profesor Woods en defensa de su tesis pueden ser negados, ni siquiera resultarían polémicos para el lector malintencionado.

Esta impagable acción, sacrificada y tenaz de la Iglesia fue reconocida, valorada y agradecida por creyentes y algún ateo de la talla de Voltaire. Pero la desarraigada y desventurada Europa cayó en un vergonzante estado de amnesia voluntaria y por tanto, de ignorancia culpable. Al negarle reconocimiento constitucional a la esencial contribución de la Iglesia a la construcción y consolidación de Europa, se desprecia la vida y la obra de millones de europeos beneméritos que a lo largo de siglos dedicaron sus afanes y talentos a la empresa europea. El profesor Tierno Galván, también filósofo y por sabido, agnóstico, explicaba que un "increyente" puede rechazar las pruebas excogitadas por San Anselmo para demostrar la existencia de Dios; pero no debe ignorar que millones de hombres, algunos, torpes, otros, más inteligentes que nosotros han creído. Un fenómeno sociológico tan evidente merece ser tenido en cuenta. En democracia bien entendida, digo.