Por fin podrá dormir tranquila la alcaldesa tras la inauguración de la exposición de la obra de Lobo y con un Castillo y unos jardines remozados. No va a disponer de mucho tiempo si quiere alcanzar los objetivos propuestos y así completar la totalidad de las obras del nuevo Museo. Lo menos que se puede reconocer es que, después de tantos avatares, esta obra que comenzó y continuó con problemas al fin nos ha dado a unos cuantos satisfacciones que no esperábamos.

Ahora es el momento de hacer un balance con los aciertos y también con las equivocaciones, que se han traducido en pérdidas de tiempo y de dinero, pero cuyo conocimiento nos puede servir para sortear con mayor eficacia la última etapa de los trabajos.

La principal caracterización del proceso, visto por un espectador -como lo es el autor de estas líneas-, y que expone una hipótesis creíble susceptible de rectificación por nuevos datos sobre cómo se llevó el proceso de la obra, sería la opacidad, que ya percibimos desde la fase inicial y que posiblemente se produjera debido a conflictos entre los distintos equipos y administraciones implicados en la obra.

Esta opacidad da lugar al episodio en que el equipo de arqueólogos cambia su primera decisión de hacer excavaciones con el exclusivo objeto de tener una información arqueológica del subsuelo y, sin que se pueda precisar el motivo, cambian de criterio, seguramente presionados por el equipo de obras que no pueden soslayar la existencia de un relleno de escombros que afectan al suelo del Castillo y del parque.

Estoy haciendo una descripción superficial de los hechos, pero los efectos de la decisión están ahí. Sin duda, este cambio supuso dar un salto cualitativo importante, ya que así se consiguieron sacar a la luz las alturas reales de los muros de piedra enterrados de la fortificación. Por otro lado, la excavación de los terraplenes del foso permitió ampliar la visión exterior de la fortificación que aparecía más hundida detrás de los terraplenes. Con ello aumentó la altura de sus muros exteriores al descubrirlos desde su arranque desde el fondo del foso. Este cambio tuvo unas consecuencias muy duras que supusieron invalidar el proyecto que estaba prácticamente terminado. Lo que es inexplicable es que un arquitecto experimentado como Moneo no pudiese haber previsto lo que todos sabíamos, que el Castillo estaba parcialmente cubierto de tierras.

Con la excavación y vertido de estas tierras al vertedero se ha podido resolver de manera muy sencilla el encuentro del espacio del parque con el Castillo, al suprimirse el terraplén original del foso compuesto de tierras de relleno. Ahora, los terrenos del Parque han tomado una ligera pendiente en las proximidades del Castillo y así se ha conseguido acercar su rasante a la del fondo del foso, que ahora alcanza una profundidad mayor, después de haber sido excavado. Con la excavación de esta zona periférica del foso se han descubierto restos de unas fortificaciones exteriores al recinto amurallado, de líneas de fusileros, que más parecen concebidos como ejercicio práctico para los alumnos de la Academia Militar que hasta el siglo XVIII existiera en la ciudad.

El tratamiento que se le ha dado a la jardinería del parque ha consistido básicamente en una simplificación de sus elementos compositivos tales como las zonas lisas de césped que se extienden entre los paseos de arena compactada. Todo ello se ha traducido en un paisaje armónico, de directa lectura, una vez liberado de todo tipo de adornos, de setos, de macizos arbustivos, florales, piedras conmemorativas, etc., -que si no se sujetan a inspección regular pueden volver a alterar este paisaje en el futuro y volver a perder la simplicidad-. Ahora podemos disfrutar de un paisaje apacible que sirve de limpio contraste con la ruda fortaleza.

La utilización de la Casa de los Gigantes como solución provisional para albergar el grueso de la obra de Lobo es de un resultado espectacular, ya que se ha conseguido un nivel de calidad que es el propio de una exposición definitiva. Para ello, el volumen interior del contenedor se ha fraccionado mediante las pasarelas que marcan el recorrido de visitas para la visión sucesiva de las obras del artista. Algunas están dispuestas por merecer una especial atención, que se logra mediante una iluminación general y de focalización de los objetos expuestos. Es una obra en la que materiales e iluminación son objeto de un diseño muy cuidado y que cumplirá sobradamente como recinto expositivo, hasta tanto no se disponga del futuro museo definitivo.

No puedo dejar de comentar el papel estratégico que empieza a jugar esta Casa de los Gigantes, que en el futuro demostrará su peso real, cuando llegue el momento de emprender la ordenación de este espacio abierto, hoy fruto del azar, pero emblemático. Con el traspaso de esta antigua dependencia catedralicia se deduce que la Iglesia está dispuesta a ceder su protagonismo en favor de los inversores inmobiliarios, olvidándose de lo que representó tradicionalmente en la transformación de las ciudades históricas.

Por último, para la adecuación de las ruinas de la fortaleza y dejar una expresión clara de los itinerarios de visita, se ha recurrido igualmente a pasarelas de madera suficientemente separadas del suelo propio de la fortaleza. Estos circuitos cuentan con el atractivo añadido de estar jalonados con obras escultóricas del artista que, colocadas en el escenario de las ruinas, les añaden las tonalidades que les da su viejo origen. A partir de ahora es cuando se va a hacer posible entender la relación de la fortaleza con el futuro Museo. Porque estos espacios de la fortaleza, apenas provistos de forma, parecen poseer una cualidad concentrada en su carácter de espacio. Así, la obra de arquitectura del futuro Museo se va a impregnar de ese sentido de inmortalidad que la van a transmitir las ruinas de la milenaria fortificación. Es una apuesta compleja de cómo conectar la moderna arquitectura, que mira al futuro, con piedras milenarias.

Esta descripción somera de lo que ha constituido la primera fase de los trabajos del futuro Museo ha venido a abrir interés y posibilidades a la obra. Desde un punto de vista personal, puedo decir que ha tenido un carácter de revelación, y que ello se puede explicar por factores que permanecían ocultos -y por ello inesperados-, pero que en cualquier caso ellos nos han abierto a una nueva realidad y a unos efectos que todavía no podemos calibrar, por lo importantes que serán para las vidas de los ciudadanos y para el conjunto de la ciudad.

De un Castillo que yacía como un desecho urbano, nos hemos encontrado tras las excavaciones con unas ruinas, que con su grandiosidad pertenecen a esas obras que parecen tocadas por el don reservado a los inmortales. Un parque para el que no se veía otra salida que una restitución, que nos permitiese bucear en unos orígenes históricos de doscientos años atrás, ahora, se ha llegado a una solución que ya no es teórica y ya es una pura realidad. Además, hay que señalar, con el énfasis necesario, la categoría de la obra de Lobo, que es un legado que para la ciudad no tiene precio. Afortunadamente está en vías de contar con un espacio adecuado para contemplación y deleite de los ciudadanos con este escenario y museo.

Y finalmente, expresar la satisfacción por haber contado con la aportación de Paco Somoza, que no es que necesite ponderar su capacidad, que ya la ha probado con creces, sino porque es infrecuente encontrar la dedicación y acierto que ha desplegado en esta tarea. En el recorrido descriptivo que ocupan las anteriores líneas no he dejado de notar la presencia latente de Paco en todas ellas. Porque es capaz de maquinar dentro del laboratorio de su cerebro el modo de multiplicar el espacio, fraccionarlo y recargarlo con obras de arte para desgranarse en un orden y espacio singularizado. Pero es que su dedicación se nota también en otros muchos detalles, como cuando decide la colocación de una escultura para su contemplación por el visitante y su relación con las superficies de la obra arqueológica para que sean las adecuadas, y que la iluminación tenga la gradación que subraye las cualidades plásticas de la obra. En esas arquitecturas y en la forma hábil de cómo ha realizado su gestión se nota su presencia.

Después del énfasis que he intentado poner sobre los aciertos indudables que contiene esta fase primera de la obra, sólo me falta subrayar lo que tiene de oportunidad única para la ciudad, no sólo por lo que significa como equipamiento cultural -y con ello convertirse en la sede de un legado artístico de primera categoría-, sino también por el valor de icono de la modernidad, de símbolo que marque la puesta al día que debe sobrevenir en el futuro inmediato de la ciudad. En el hecho de erguirse este signo del arte sobre unas ruinas legendarias se viene a cumplir la identificación que comparten historia y cultura en ese patrimonio que da forma incesantemente a la eternidad.