Estoy de acuerdo en que poner orden en este entorno tan privilegiado de la ciudad como es el actual parque del Castillo, debe considerarse como una de las tareas más importantes a ser abordada por nuestros responsables urbanísticos. Y las razones que a mi parecer sustentan esta afirmación es que, en las circunstancias actuales, se podría encarrilar el futuro que deseamos para este entorno como son: Qué papel va a representar en el conjunto de la ciudad, si queremos que siga siendo un mero marco para procesiones o destino fugaz para turísticos con prisas o si queremos algo más, que sea un resultado casual de avatares y decisiones de oculta justificación o duras cicatrices de una guerra, la de la Independencia, que marcó de forma indeleble el paisaje que rodeaba los monumentos principales de la ciudad. Yo ansiaba que se iniciase un período en que la ciudad diese por liquidada la persistente actitud de indiferencia que había mantenido hacia este entorno. Hasta podría interpretarse el haberse elegido como el sitio idóneo para la ubicación de los nuevos edificios institucionales, firmados por reconocidos maestros de la arquitectura, que vendrían a ser como los adelantados para redimirnos de unas condiciones ambientales tan precarias. No era la estrategia adecuada porque es mayor la influencia del medio sobre la arquitectura que la acción recíproca. Pero si a esto se le iba a añadir un estudio que fijase las condiciones para someter a este entorno a un tipo de ordenación que diese un vuelco al espacio actual y que le limpiase de trazas sin sentido, de restos arqueológicos y tapias, antiguas cicatrices de la ciudad sorprendida por los desgarros de la guerra, entonces, repito, se abría tiempo para la esperanza. Pues a partir de estas actuaciones nacían las posibilidades de que este entorno pudiese aspirar a convertirse en un espacio de centralidad, que viniese a corregir el desequilibrio actual que sufre la ciudad escorado su centro de gravedad en el sentido opuesto y según su crecimiento actual. Este nuevo espacio central debería ser no sólo asiento de edificios institucionales sino punto focal para todo tipo de equipamientos, a nivel de barrio y de ciudad, sin olvidar los relacionados con la actividad turística. Este nuevo centro vendría a ser el motor que impulsase el interés por la revitalización y equipamiento de este sector del casco antiguo que se caracteriza por todo tipo de carencias y, por supuesto, de vida.

Si hacemos un repaso histórico de la suerte que han corrido en esta ciudad los espacios libres de uso público y de las oportunidades perdidas, mediante la trasformación de grandes propiedades institucionales a lo largo de los dos últimos siglos y que propiciaron la renovación de los antiguos cascos históricos de las capitales de este país, para esta ciudad el balance no ha podido ser más negativo, con el agravante de la evolución que han sufrido los existentes, como la Plaza Mayor que, desarbolada, perdió su traza geométrica y lo que es peor síntoma, ya que la ciudad no manifiesta el menor interés por enmendar el atropello y recuperar su forma original.

De análoga carencia de forma participa la explanada, eufemísticamente llamada Plaza, que se extiende delante de la catedral y que reúne los elementos más heterogéneos, sin llegar a alcanzar una calidad compositiva reconocible. Lo que es más negativo para abordar reformas fundamentales en el casco antiguo, como reflejan los ejemplos citados, es la poca valoración que les da la opinión pública. Pero el hacer más atractiva nuestra ciudad pasa por actuaciones de este tipo, como se sigue haciendo en otras ciudades, y que es un recurso, tal vez el principal, que sólo está esperando a que lo hagamos realidad.

La propuesta de ordenación conocida es, en realidad, un proyecto de urbanización que aborda las formas constructivas de lo que realmente existe en la actualidad, es un paso en la reafirmación de lo que hemos heredado y que le da carta de naturaleza, consolidando lo que nunca tuvo proyección en un plano y sobre un suelo artificial, reliquia bélica. En tal sentido, vemos que los actuales terraplenes que resuelven la aproximación de los rellenos de tierras al Castillo se cambian en el proyecto por muros verticales de contención que van a elevar la cota de las tierras, hundiendo la visión del propio Castillo. Como consecuencia, se va a acentuar la discontinuidad que hay entre Castillo y superficie del parque, creándose un fondo de foso en una sima inaccesible y separada de los itinerarios corrientes de paso de los viandantes.

El presente análisis nos conduce a que no se puede eludir la condición que pesa y altera toda actuación presente (Catedral y Castillo) y futura en este entorno, que es la naturaleza de su suelo. Cercena toda posibilidad de recuperar la relación original de las arquitecturas con el suelo que las vio nacer y crecer. Y si no somos capaces de desandar el camino errado de la Historia y de recuperar las características que tuvo el antiguo centro medieval, volverán a repetirse situaciones como las que se produjeron al desescombrar recientemente el interior del Castillo, operación que estando prohibida por la Ordenanza, y que nos ha permitido recuperar su suelo original. ¿Y cómo se permitió excavar en el interior del Castillo y no en el exterior, aún teniendo ambas zonas la misma ordenanza de protección arqueológica?

Si se recuperasen las rasantes originales en el terreno exterior, ello nos permitiría contemplar sin obstáculo alguno cómo se alza el Castillo sobre su contrafuerte rocoso como es usual en todos los castillos. El terreno circundante tendría una leve pendiente que se podría resolver en bancadas y que terminaría a los mismos pies del arranque de la fortificación. La catedral también se vería beneficiada al igualar las rasantes del terreno con las del pavimento del interior de la nave, lo que permitiría recuperar el primitivo acceso principal del monumento según su eje longitudinal. Nos admiramos de las proporciones que ha adquirido el interior del Castillo, pues aplíquese la misma solución a los edificios del Castillo y Catedral. Deslumbramiento ante unos desconocidos monumentos que yacen semienterrados en la actualidad.

Unas observaciones que estimo procedentes: el relleno que se declara a proteger es el que corresponde a las demoliciones del caserío que había ocupado esos espacios libres y que es lo propio de ajuares domésticos sin valor, del propio siglo XIX. En todo caso serían las capas inferiores las que habría que proteger y que se extienden debajo de la capa consolidada de los suelos de la época medieval.

La condición de preservar el arbolado, en un planteamiento de esta importancia, me parece desmesurada pues asombra que un jardín con cien años de antigüedad tenga un arbolado de tan exigua presencia.

Resumiendo: el proyecto que nos propone Francisco Somoza sólo ofrece más de lo mismo, lo que ya conocíamos de siempre y combatimos ahora. No conocemos los condicionantes que han podido marcar las decisiones para llegar a los resultados propuestos en el proyecto. Sin ellos, toda crítica tendrá que tener un carácter de provisionalidad. Sin duda, nuestro colega habrá desplegado las mejores opciones con los datos con que ha contado y con el fin de conseguir el resultado más adecuado para el proyecto, cosa de la que no tengo ninguna duda porque todos conocemos su capacidad probada y también media el aprecio por su persona y su obra.