Decía el presidente Zapatero hace poco que la salida a la crisis actual será social o no será, y la frase, por sí misma, da más miedo que una vagón de pulgas. Nada menos que nuestro presidente del Gobierno viene a decirnos que si las cosas no funcionan haciéndolas como él dice se irá todo al carajo. Eso, si lo miran bien, es lo que viene a significar la frasecita.

Y el caso es que me parece a mí que la salida de la crisis no puede ser nunca social, o al menos no en el sentido en el que este señor y sus turiferarios entienden la palabra social, que para ellos significa gastar más y, a ser posible, lo de los demás.

Cuando las cosas van mal, no se puede incrementar el gasto no productivo, sea cual sea la partida en que se encuadre ese gasto. Podemos decir que las necesidades humanas son lo primero y que el lucero del alba canta por alegrías, pero la realidad, la puñetera realidad es que del hoyo sólo se sale creando riqueza, y no distribuyéndola. ¿Que eso no es justo? Ya lo sé, pero para hablar de justicia ya está Séneca, si les parece. La enfermedad no es justa tampoco y afortunadamente en los hospitales trabajan para curarte y no para echarte sermones sobre la injusticia de que te hayas puesto malo.

Repartir es una virtud, desde luego, pero sólo se puede repartir lo que hay y para que haya más es necesario que se cambien los incentivos, único mecanismo válido en una sociedad basada, se supone, en el derecho y las libertades.

Un país en el que miles de jóvenes, decenas de miles, estudian una carrera por cuenta del bolsillo común, y cuando acaban se pasan otros cinco o seis años preparando oposiciones, porque es lo más cómodo y es para toda la vida, no puede ser un país próspero.

Un país en el que se mira mal al que pone una empresa o un negocio y se enseña a los chavales en la escuela a detestar el enriquecimiento y el lucro porque es inmoral puede ser un país de predicadores y misioneros, pero no un país próspero.

Un país, en suma, donde todo se da por bueno a la espera de que caiga la tajada propia se puede sostener por un tiempo mientras hay para todos o mientras el dinero llega a chorros de Europa, pero cuando vienen mal dadas y se cierra el grifo nadie debe extrañarse de que las empresas empiecen a plegar velas en buscar de otros aires y, sobre todo, de otras gentes con menos mentalidad de señorito de cortijo.

Porque el problema no es el clima, ni la tierra: el problema somos nosotros, que nos hemos ido convenciendo poco a poco de que alguien arreglará las cosas o de algún sitio saldrá lo que haga falta, como si tuviésemos un tío rico que al final se compadecerá de nosotros y nos acabará pagando las facturas con las que nos hemos entrampado.

Y no es así: no hay ningún tío rico esperando para pagar. Este agujero que vemos crecer lo vamos a pagar nosotros solos, o endeudando hasta a nuestros nietos mientras haya quien nos quiera prestar.

La salida a esta crisis, señor Zapatero, será aumentar productividad o no será. La salida será de esfuerzo o no será. La salida será de dar el callo y no vivir por encima de lo que tenemos, o no será.

O sea, que por lo que al Gobierno respecta, no será.