Hoy, después de más de cincuenta años, he vuelto a sorprenderme, hasta lo indecible, con una fiesta popular que yo recuerdo con nostalgia: La Veguilla. En mis tiempos de chico todo empezaba con una procesión solemne desde San Nicolás a Santa María, una Misa de Ceremonial con mucho incienso y muchos curas, después las autoridades comandadas por D. Toribio, (El Sr. Alcalde), iban hasta Plaza de la Verdura; todo ello, amenizado por Nano y su popular Banda de Música; allí, las autoridades, desde el balcón presidencial del Ayuntamiento, enardecían a la multitud con un planteamiento de dudas en la concesión del permiso invocado por los mozos y mayores que llenaban la plaza y que en exclamación unánime, al unísono y ensordecedora de gargantas humanas, gritaban incansables: «TORO, TORO, TORO, TORO...». Al final D. Toribio se hacia oír con un «¡habrá toro!». En la alegría, de la concesión conseguida, -un toro que se pagaba por aportación del pueblo- algún mozo descocado se salía de madre y era capaz de poner a D. Paco Castro, una boina en su cabeza de bronce. Seguro que D. Paco sonreía desde el más allá por aquel gesto de confianza y cariño, soñando en benaventano. La gente iba arreglada y usaban boinas y sombreros.

Este año hemos tenido unas fiestas deslumbradoras que nada tienen que ver con aquellas cuasi medievales que viví. Mi sorpresa empezó en el acto de elección de la reina y las damas de honor de las Fiestas; aparte de la belleza de las elegidas, fue algo transcendente escuchar a mi amigo José Carlos, en su discurso de Mantenedor del Concurso de Bellezas, hizo una disertación erudita y sin embargo entrañable, nos conmovió, nos emocionó e hizo palpitar con su disertación; expuso sus ideas con claridad, desde el poema inicial a las palabras finales, fueron deseos y añoranzas, sobretodo, la esperanza final de que las fiestas sirvan para una convivencia sincera y hermanada; me sentí tan emocionado que reiteradas veces dije, José Carlos es mi amigo; y noté ser amigo de un hombre grande y especial, que iluminó el acto, con el don más grande que tiene el ser humano, la palabra. San Juan, empieza su evangelio diciendo que La Palabra es Dios; y, la palabra, se hizo presente en el evento a través de un hombre bueno que la tremoló como una bandera, en un decir palpitante y sincero.

Después verbenas, música folk y, llegó el día soñado, La Veguilla. Y el lunes, el cielo, se mostró con ese azul intenso y singular de mi Benavente, regalándonos el día más preciado con todas sus galas primaverales; explosiones de cohetes y ceremoniosa procesión, luego la misa de protocolo y, en ella, entrañable y educador sermón, pero bajaron los ángeles a cantar desde el coro, y, entre la multitud de fieles hermanos, fue la misa cantada que más atento oí, me senté junto al Cristo de la Cruz en el hombro, al que le cuento mis penas y auxilia mis fatigas y los dos coincidimos en que el cielo es así. Después las autoridades al ritmo de pasacalles se fueron a la Plaza Mayor; y yo, intenté seguir y ver y escuchar, fue inútil, la plaza estaba comprimida de seres humanos vociferantes; en los soportales las personas mayores, en el centro los grupos de peñas alborotando en un botellón sin parangón.

Hoy, con el conocimiento de lo vivido y asintiendo en que el Toro en la calle me emociona y me gusta, he comprobado que no todo ahora es mejor, que andamos muy cerca de la locura colectiva, que hay cosas muy serias que no se pueden consentir, que la juventud anda desmadrada y sin respetos. ¿Está muy bien el alboroto juvenil? Pero con un límite, si no, ¿a dónde vamos?