El evangelio de la liturgia de este tercer domingo de Pascua está tomado del capítulo 24 de Lucas, narra una de las apariciones del Resucitado a sus discípulos. Dos son los temas fundamentales que presenta. Por un lado la realidad de la Resurrección y por otro la dificultad para aceptar algo tan extraordinario como una resurrección. La historia del cristianismo se debate entre la aceptación o no aceptación de este hecho. La resurrección de Jesús es la clave de bóveda y el cimiento de todo lo demás. El cristianismo en sus diversas manifestaciones tiene como contenido primario, no una filosofía de la vida, ni unas respuestas a los interrogantes de la existencia, o un humanista código ético, sino la afirmación que Pedro hace en los Hechos de los Apóstoles: a Jesús «Dios lo resucitó y nosotros somos testigos». Si Cristo no hubiera resucitado todo se habría desmoronado. Basta recordar cómo fue su muerte. Una muerte-escarmiento. Una muerte-maldición. La muerte de cruz suponía la muerte física y moral de un individuo. Su muerte y el olvido vergonzoso para sus familiares y amigos. Una muerte social, ¿cómo seguir a alguien que ha sido condenado por criminal? La muerte religiosa, ¿cómo creer a alguien que ha muerto maldecido por Dios?

Era tal la conmoción y consternación de los discípulos que Lucas señala la reacción de éstos ante la presencia de Jesús. Los discípulos sienten miedo, sorpresa y dudan. Jesús es el mismo y distinto a la vez. El mismo que conocieron, el que «pasó como uno de tantos» en palabras de la carta a los Filipenses. Pero distinto, porque ahora viene como vencedor de la muerte, como Señor de la Historia. Así lo afirma en el Apocalipsis: «Yo soy el que vive, estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo». Y a las dudas de aquellos discípulos Jesús responde: «Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona... Y como no acababan de creer? les dijo: ¿Tenéis ahí algo de comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comió delante de ellos». San Lucas, un hombre pragmático, insiste en la realidad de la resurrección para que se disipen las dudas de los lectores de su evangelio. Para que se disipen las dudas que todavía puedan surgir en nosotros.

Los ataques a la Resurrección se han sucedido desde los albores de la Iglesia y se reactivan purulentamente hoy. Sólo hay que recordar algunos de los especiales de Semana Santa en prensa, radio y televisión intentando dar con los huesos de Jesús. A ellos cualquier "ángel" que esté de guardia, (que puedes ser tú mismo), debe decirles: «¿Porqué buscáis entre los muertos al que vive? Ha resucitado». Añado una cosa más. Dirijamos a Jesús, muchas veces, esta bellísima oración (la respuesta sálmica de la misa de hoy): «Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro».