Cada cual se gana la vida como puede; así cumple el castigo anejo a la expulsión del Paraíso. Se dan excepciones; hay quien profesa de vago y se ahorra el pañuelo al no tener que secarse sudor de la frente, y hay quien come el pan amasado con el trabajo del prójimo al que endosa la expiación del pecado de Adán. Aunque cuesta creerlo, algunos afortunados mortales aciertan a compaginar trabajo y complacencia; para Don Quijote el descanso estaba en las armas cuyo manejo es causa de indecibles fatigas para el común de las gentes. Sarna con gusto no pica y trabajo voluntario no manca: sentencia el tejero Ananías; podría afirmarse incluso que es el trabajo más gratificante y perfeccionador porque responde a una vocación. Vienen estas consideraciones a cuento de este anuncio fijado en los fustes de las farolas de mi calle; "paseador de perros, durante las mañanas. Ya experimentado. Y me gustan los animales". ¿Oferta de un servicio o solicitud de una oportunidad para satisfacer una afición? Consiste el trabajo en pasear perros, lo que debe suponer una placentera ocupación para el paseador que, según propia confesión, se encuentra muy a gusto entre los animales. Pero es el caso paradójico de que el propietario del perro renuncia a proporcionarle personalmente la satisfacción del paseo -las horas más felices del día- y pierde en la consideración y cariño del animal los puntos que con todo mérito gana el paseador a sueldo.

Sin embargo, para el perro el paseo al aire libre es un ejercicio de libertad restringida por el tráfico endemoniado y la cuerda del collar que le limita la velocidad y la longitud de las carreras. No hay que olvidar que el collar fue en la antigüedad instrumento y símbolo de sujeción. Voy a permitirme recordar una anécdota de la actriz Guadalupe Muñoz Sampedro, la más ingeniosa de la ilustre familia de cómicos. La recoge Tomás Borrás en "Jacaranda de Madrid" .Resumo: Uno de los asiduos tertulianos de su camerino se muestra una tarde preocupadísimo; tiene que pagar una deuda de cinco mil pesetas, importe de un collar que regaló a su mujer. -¿Y por qué no hace usted lo que mi marido?, lo interrumpió Guadalupe. A mí me lleva suelta. Es indudable que los animales son hoy mucho mejor tratados que en los tiempos de mi infancia, cuando eran frecuentes actos de bárbara crueldad. Pero muchas familias mimaban a sus perros y gatos que a su antojo (los mininos por la gatera) entraban y salían, que es justamente la libertad que canta exultante el protagonista de una zarzuela. En los pueblos solían presumir de perros sus propietarios que les procuraban nombres famosos y sonoros. Paulino, en homenaje al famoso "púgil de Régil", llamamos a un perro en casa de mis padres porque era un animal fuerte y aguerrido: y no es necesario explicar la razón de los claros nombres de los galgos que recuerdo como familiares: Minuto, Rápida, A por ella: No eran perros para sacarlos de paseo burgués sino para llevarlos de caza a llanuras y canteras.

Paseador de perros no figura entre los oficios relacionados con animales que reseñó Pedro Alvarez en su nombrada antología "El vivir humilde"; tampoco lo encontraríamos en ninguna de las conocidas relaciones de oficios típicos que florecieron en otras épocas. En el prólogo al discutido libro "Los españoles vistos por sí mismos" advierte Mesonero Romanos de la dificultad de trazar uno por uno los tipos ya que "nacen por las alteraciones del siglo". Lo mismo cabría decir de los oficios: nacen, crecen y mueren por exigencias de los tiempos. El canguro de niños y el paseador de perros son consecuencia de los cambios familiares, laborales y sociales que han originado nuevos estilos de vida No todo se resuelve en niveles más altos de economía y bienestar: en no pocos casos representa un sacrificio verse obligados a encomendar a extraños el cuidado de los niños y el paseo de los perros.