Si quieres ser feliz un día, estrena un traje; si un mes, cásate; si un año, mata un marrano... En el casino del pueblo, Ananías el tejero solía recitar de memoria este adagio, con variaciones y añadidos de su cosecha; sostenía, por ejemplo, que no hay satisfacción comparable al cante de las cuarenta en el tute o el ahorcamiento del seis doble al rival en el dominó. Muchas son, a veces extrañas, las causas de contento temporal. ¿Cuánto dura la felicidad por un nombramiento ministerial? Pocos casos se recuerdan de felicidad tan manifiesta como el del ministro José Blanco. El hombre parece encantado de haberse conocido ministro; ha estrenado sonrisa entre tímida y orgullosa, sonrisa de dentro para fuera, auténtica. Se ve que el cargo le llena y lo rejuvenece: ha cambiado su pinta de político antiguo por un aspecto más concordante con su tiempo; y el ceño hosco de reñidor en el crispado campo de la contienda política parece haber cedido a un semblante expresivo de serenidad y desenfado. El personal se ha visto gratamente sorprendido por la animada estampa de la reunión de José Blanco y Esperanza Aguirre. Si en algún momento los políticos pudieran considerarse hermanos, vendría a pelo recordar el bíblico "desideratum" «¡qué bueno es que los hermanos se reúnan!». Se ha roto el hielo de la relación entre la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Fomento. No deja de ser significativa la prisa de José Blanco por corregir la política madrileña de su antecesora, y acabar con una enemistad que ha causado graves perjuicios a los intereses de la Comunidad. Verdad es que obras son amores y que el tiempo habrá de confirmar las buenas palabras y las promesas del nuevo ministro. Ojalá no haya que recordar que palabras de político y amor de niño, agua en una cesta.

No sería correcto dudar de la nueva imagen de este premiado socialista peleador, aunque algún espectador tenga razones para mostrarse suspicaz por escamado: en efecto, hay quien pregona talante y vende rencores. Y hasta cierto punto, no se consideraría absurdo imaginarse el dilema personal que se le plantea a José Blanco, en relación con su tierra: su condición de gallego le reclama una especial atención al amado terruño donde se ha construido su "descanso del guerrero"; pero el hecho de que Galicia sea feudo político del PP actuaría como pesada rémora, si continuara la política de "míos y de los otros". En declaraciones mañaneras a la televisión pública, Blanco se ha expresado con palmaria claridad y presunta sinceridad: en Fomento se gobernará en igualdad de condiciones para unas y otras autonomías, con abstracción de su signo partidario. Así debe ser aunque no siempre se ha respetado esa obligada norma ética. Lo contrario sonaría en algunos oídos exquisitos a prevaricación.

En la entrevista de referencia, el ministro Blanco aparentó recoger velas, rectificando en cierto modo, alguna afirmación, ciertamente poco afortunada, sobre la terminación de la línea del AVE a Galicia. La oscura y tímida evasiva del ministro había causado, como era de esperar, un gran revuelo de suspicacias y protestas en toda la zona del noroeste que se ha apresurado a hacer causa común de la exigencia de no retrasar más las obras del AVE. Se trata de una realización de vital importancia para una gran región que nunca o sólo en contadas ocasiones, se ha visto justamente atendida en sus aspiraciones. No es cosa de recordar su "galleguidad" a José Blanco; pero no deja de ser justo recurrir al agravio comparativo, del que podrían aducirse infinidad de ejemplos. Según su nuevo titular, el ministerio de Fomento desarrollará políticas de igualdad en asuntos de su competencia. Nadie se permitiría dudar de la justicia del propósito; si no es posible dar plena satisfacción a todos, no justificar el descontento de los maltratados. El caso es que el asunto del AVE gallego amenaza a la felicidad ministerial recientemente estrenada por José Blanco.