El que prueba el placer del mando, se resiste a soltarlo. Es natural la ambición del que llega al poder: seguir en el machito, sin solución de continuidad. Algunos gobernantes enquistados disculpan su indeclinable apego al sillón en la vocación de servicio al pueblo que los eligió y que llegado el caso, volvería a elegirlos. Sea cierta o no esa supuesta voluntad del pueblo, es verdad que es mucho más fácil conservar el poder desde el poder que ganarlo desde la calle. La experiencia demuestra que el ganador de unas elecciones gobierna con la vista puesta en las siguientes; pero no siempre es garantía segura de victoria una buena gestión. Con habilidad y sin escrúpulos, se han eternizado algunos mandatarios de acusada vulgaridad: quizá se aplicaron "ad personam" el truco famoso del cambiar algo para que todo siga igual; no es raro que un presidente de Gobierno deje a unos cuantos ministros en la cuneta para mantenerse el mismo haciendo, poco más o menos, lo mismo.

Suelen convenir sus detractores en que lo peor de una dictadura cualquiera es la duración que a veces amenaza cerrar definitivamente el paso a los demócratas. En efecto, resultaría contradictorio con su definición que un dictador consciente abandonara espontáneamente el poder. Pues bien, a la viceversa , como argumentaba Vizcaíno Casas: Si el afán de permanencia define el dictador, ¿cómo calificar a los gobernantes emperrados en mantenerse en el poder, a todo trance? Entre curioso y divertido, el llamado mundo demócrata sigue las peripecias del ayuno voluntario que aguanta Evo Morales. El Ciudadano Presidente de Bolivia se ha comprometido a permanecer en huelga de hambre hasta que el Congreso apruebe la ley electoral que le permitiría la reelección y por tanto, la eternidad en el cargo. Salta a la vista que Evo Morales confía, como la Iglesia Católica, en la fuerza impetratoria del ayuno; entonces aguantarse la necesidad de comer no sólo ayuda a ganar el cielo, contribuye a conservar el poder. En una ocasión le oía al famoso Padre Laburu ponderar el ejemplo ascético de los boxeadores que en la preparación de combates decisivos, incluían duros sacrificios. La huelga de hambre voluntariamente decidida por Evo Morales podría tomarse por velada acusación a los católicos renuentes a aceptar las limitaciones de la Cuaresma.

Fidel Castro y Hugo Chávez han enviado a Evo Morales palabras de ánimo para que no decaiga en su propósito sacrificial. Que aguante las punzadas del hambre, aunque sea masticando coca. Les une a los tres el mismo ideal revolucionario y un compartido afán de continuidad en el mando; si de los católicos, aprendió Morales el valor del ayuno, también han podido traducir del capitalismo que las revoluciones, como el dinero, no sólo hay que ganarlas sino conservarlas. Y, claro está, ellos y alguno más se consideran absolutamente necesarios, imprescindibles para la causa. Fidel Castro, indiscutible pionero y mentor del trío, cuenta con experiencia más que sobrada para adoctrinar a Chávez y Morales en sistemas para hacer inexpugnable la dictadura. El antiguo golpista venezolano -que hoy da petróleo y democracia- ha ensayado otros medios dictatoriales por su violencia, contra los opositores. Por su parte, Evo Morales parece preferir con su huelga de hambre, ejercer la dureza consigo mismo. Ya dijo del torero que «hay gente pa tó»; el Ciudadano Presidente no se encuentra solo en su desafío al hambre: también ayunan no pocos de sus leales. En todo caso, Morales ha elegido un método para imponer su voluntad política que no parece dañar a terceros como los de Castro y Chávez: ¡Para que luego digan que la tropa progresista no progresa!