Sentencia Alberto Guadarrama, director del departamento de I+D+i del grupo vitivinícola Matarromera que en época de crisis hay que diversificar productos y diferenciarse (sic). Totalmente de acuerdo. En momentos críticos hay que agudizar el ingenio y dar zancadas más grandes para hacer el camino más corto. Es ley de vida. Cuando la situación se complica se impone la selección natural: sólo sobrevivirán aquéllos que refuercen sus defensas. Traducido al sistema mercantil, quiere decir que sólo saldrán adelante quienes se mueven como pez en el agua en los revueltos mercados y sepan pescar en aguas ahogadas. En ese capítulo de buscar alternativas al mercado vitivinícola tradicional se enmarca la investigación para poner a la venta el pan de vino, un novedoso producto que, dicen, llegará a la mesa con todos los componentes beneficiosos del vino (la familia de polifenoles y antioxidantes en general) y sin los inconvenientes -para muchos- del vino, o sea, el alcohol.

El mundo del vino ha pecado siempre de ser demasiado tradicional y conservador (en el mal sentido de la palabra, o sea, en el del inmovilismo). Nada que ver con un producto equiparable como la cerveza. Los elaboradores de esta bebida han conseguido vender una imagen de modernidad, de juventud. No es de extrañar, por tanto, que la cerveza sí que haya calado entre los jóvenes y el vino no.

No es cuestión de levantar ampollas ni de quitarle el sueño a nadie. No quiero decir que el vino tenga que ser prostituido -ni adulterado- para llegar a más mercados. El vino siempre ha sido zumo de uva fermentado y así tiene que seguir siendo. Pero eso ni significa que no se pueda experimentar ni que no se puedan elaborar otras bebidas con base en el vino que busquen otros paladares, no acostumbrados a la astringencia ni al acidillo del caldo tradicional. Hay muchos caminos abiertos.

Resulta imprescindible que se mantenga inalterable -cuanto más, mejor- la gama de los tintos y blancos de calidad. Que nadie la toque, que así es la rosa, decía Juan Ramón Jiménez; pues eso, algo parecido. Pero no todos los vinos tienen que estar en esa línea, ni en ese mercado. Hay que buscar otros, porque si no, la franja cada vez se va a acortar más, y corre el peligro de la anorexia.

Ahí está el ejemplo del tinto de verano. Un éxito. Por qué no puede tenerlo también el vino bajo en alcohol o el vino maridado con bebidas carbónicas (el kalimocho ha entrado y con mucha fuerza en los botellones). O el pan de vino o las tabletas de polifenoles, o yo qué sé. El mercado es amplio y hay que tenerlo entero como horizonte. Pararse hoy día es un pasaporte a que te saquen de la carretera y volver a entrar va a costar la intemerata.

Por eso, hay que aplaudir iniciativas como la del grupo Matarromera o como la del vino ecológico "Volvoreta Probus" de la bodega Nuntia Vini, base de un estudio de la Universidad de Barcelona. La vida es movimiento y el que se quede parado se convertirá en estatua de sal hasta Dios sabe cuando. Seguramente hasta siempre.