No podré estar este año, como todos los años anteriores, a la puerta de la iglesia de La Horta, viendo florecer la primavera, en la mañana. ¡Qué milagro! Todas las varas de los cofrades estarán florecidas, y yo en mi corazón estaré a la puerta de Santa María de la Horta, con mi vara floreada en la mano, como pasmado ante un milagro que se repite todas las Semanas Santas. Y luego iríamos en fila india, como procede, acaso detrás de Hipólito Pérez Calvo, a quien he contemplado con alegría en la primera página de este periódico al lado de su Resucitado, que tallara en su día para esta procesión pero que en mi mente recordaré al Resucitado de la capa roja. Iríamos, el uno tras del otro, hablando de Benavente y de Valdescorriel donde se conserva parte de la obra del escultor, toda ella realizada con perfección increíble, con la misma perfección con que operaba el cáncer ese gran cirujano, Maximino Brasa, fallecido en Madrid no hace mucho y que ha dejado en nosotros un vacío, como una herida abierta en la piel de nuestra amistad, irrecuperable, porque Maximino Brasa era nuestro maestro, nuestro médico y nuestro amigo.

Recuerdo nuestra procesión de cofrades sin túnica, a cara descubierta, y yo miraría con el rabillo del ojo el lazo de la corbata de la muchacha que iría en la banda de música de Toro, mientras acaso yo iría pensando en llegar al chalé de los Pedroso, cuya entrada recuerda un patio cordobés y con las manos en los bolsillos del pantalón acariciando unas almendras garrapiñadas, porque la cofradía del Resucitado es como una familia más de paisanos que de neófitos, y familia de entonces era, en cierto modo, como una cofradía de aquel tiempo con sus ritos y sus costumbres, el hijo buscando a la madre y la Madre apenada porque ya son las doce, y el Hijo Resucitado andaría por la Cuesta de Balborraz, pero ya están dando las doce y estará a punto de llegar a la Plaza Mayor donde se encontrará con el Hijo. y ya es un hecho que Jesús ha resucitado y en el Monte Bajo del municipio de Zamora están apretando el gatillo de la escopeta esperando al encuentro para dispararla, y todos oirán la misa porque es fiesta de guardar y fiesta del pueblo, y al mediodía, unos y otros bajarán por Balborraz con el Cristo de la capa roja y desde los balcones arrojarán a su paso pétalos de rosas, y así viene siendo desde el siglo XVI. Y entre el amor del pueblo irá desfilando el Resucitado sin saciar el apetito, renovado cada año, de la gente que no olvida que hoy es domingo de "dos y pingada", dos huevos fritos con jamón, y yo me he sentado en la orilla del Duero a ver correr el agua de mi vida, cada vez más estancada y cada día más apesadumbrado a la sombra lenta de la vieja Horta de Santa María, muy cerca de la Plaza de San Juan del Mercado.

Y diré, para terminar, que tiene razón el director de este periódico cuando escribía lo de que "la Pasión zamorana, si es Santa, ha de ser respuesta solidaria a los desafíos de un presente sombrío", pensando en un propósito caritativo, por ejemplo, en una obra de misericordia, la de dar de comer al hambriento.