Pocas veces la Cernecina aparece en las páginas de un diario, se cita en las de un libro o atrae y fija la atención de manera destacada. Su silencio y su humildad y sencillez no le resta un ápice a su asentamiento, a las características de su paisaje y a sus recuerdos fijados en el cordón de la historia en una época y un momento que marca definitivamente el desarrollo de lo que será andando los siglos España.

Su asentamiento ha conservado el paisaje típicamente sayagués. El encinar arropa y cubre su caserío a la vez que lo defiende. No ha roto nada desde sus orígenes.

La Cernecina no ha deforestado sin piedad y de manera irracional a la noble encina que además de dar calor llenaba sus ansias y deseos de supervivencia en esa lucha del hombre frente a la madre naturaleza; y fiel a su sencillez y a su constancia, ha sobrevivido a todos los avatares y ahí está, dando testimonio de sí misma a pesar de su pequeñez. Junto al paisaje hay un dato revelador de sus orígenes: la dedicación de su templo a San Ildefonso, el santo arzobispo de Toledo cuyos restos los mozárabes toledanos traen al norte del Duero. Es curioso observar cómo en estas tierras al sur del río, tierras que llamaremos de nadie pero adjudicadas a la iglesia desde San Frontis a la Serna, hasta la segunda mitad del siglo XIX, última etapa desamortizadora, nos encontramos con esta iglesia dedicada al santo y una reliquia del mismo en la comarca, concretamente en la iglesia de Torregamones.

Sin duda el cordón ininterrumpido de dehesas, unas catorce, y la estructura de los núcleos humanos, incluso con algún topónimo que justifica esos señoríos ya en manos de una clase social muy definida que ha llegado hasta nuestros días, disminuyendo de manera sensible el censo de esas propiedades como consecuencia del cambio sufrido en el mundo rural.

La Cernecina corresponde a ese cordón repoblador que al sur del Duero arranca desde Arcillo y sigue hasta Mogatar, que llama la atención como topónimo de origen árabe y se relaciona ampliamente con esas referencias a la mozarabía llegada en los finales del siglo IX.

Ya en los finales del siglo XVI aparece La Cernecina, pero con ligeras variantes y sus dieciséis pecheros nos hablan de un núcleo definitivamente consolidado. No dispone de clérigo, sin embargo Malillos, con 39 pecheros, cuenta con un clérigo en su censo.

De los dos censos de este siglo, el de 1530 y el de 1591, clérigos, religiosos e hidalgos estaban exentos de impuestos, situación que llegará hasta la segunda mitad del siglo XVIII con algunas limitaciones y precisiones.

Faustino Gómez Carabias, cura párroco de San Marcial, publicó en 1884 una Guía de la Diócesis de Zamora cuando la regía como Pastor un zamorano: Tomás Blesta y Cambeses, enterrado en la capilla de San Nicolás de nuestra Catedral, nave del Evangelio. Es una Guía que nos aporta datos de primerísima mano y referencias sobre la diócesis de gran interés. La Cernecina aparece como anejo de Malillos en lo referente a la boda parroquial y a pesar de la cercanía física, ha mantenido siempre su identidad con verdadero carácter.

Hoy, si recorres ese paisaje y te sitúas en los valores del entorno, te explicas perfectamente el origen de esos núcleos de población que están junto a sus fieles a poco más de un tiro de piedra, manteniendo su personalidad y sus señas de identidad.

Una fiesta en la Cernecina es algo así como la representación de una página de la historia de la Alta Edad Media. Basta salir y toparte con el paisaje para darte cuenta que allí se respira otro ambiente, que acaso hemos cometido el error de no haber sabido conservar.