Hay pueblos que pierden el sentido de la dignidad cuando no saben adonde van y si miran hacia atrás ven que los antepasados sienten vergüenza de ellos. Trefacio es uno. Este año se ha quedado sin Fiesta del Carmen a la que el caciquismo, el afán de controlar, el deseo de ahogar al pueblo ha llevado a sufrir una vergonzosa afrenta.

Desde luego si nuestros padres levantan la cabeza se mueren del susto. Aquella fiesta pionera, grandiosa, espejo de fiestas, ha sido pisoteada, mancillada, hecha jirones. Y el pueblo acojonado mirando hacia otro lado. Y los matadores de la fiesta buscando culpables a los que echarle el muerto. Qué asco siento, señores.

Jamás estuvo Trefacio sin fiesta. Jamás de los jamases. El año pasado renqueó, sumidos los presupuestos en comilonas oficiales. Este año desfalleció y cayó yerta como caen las víctimas inocentes de un ogro al que no se atreven a ponerle una estaca en su ojo de cíclope comedor.

El pueblo sabe quién es el responsable de que le robaran la fiesta, pero lo calla, lo cuchichea por las esquinas, lo dice de oreja en oreja con temor, casi con pánico. Trefacio es un pueblo acojonado que no puede expresar en alto su opinión. Quien la expresa sufre las iras de los dioses de porcelana y es expulsado hasta del pueblo.

Todos somos culpables, pero nadie mueve un dedo. Y quien lo mueve se lo retuercen y parten, obstruyen sus negocios y sus vidas. Hay que callar o tendrás de frente el aparato dictatorial que gobierna vidas y haciendas, puestos de trabajo a capricho mientras dedica sus energías a contar mentiras y blasfemias de unos y otros eludiendo responsabilidades propias.

Siento vergüenza ajena. Le han robado el pueblo al pueblo. El corazón al pueblo. Muy pronto veremos pasar su cadáver por delante de nuestras narices y lloraremos su pérdida. Tendremos que llorar como cobardes lo que no hemos sabido defender como valientes. Todos cobardes. Empezando por mí que me escondo con la disculpa de que la política no es lo mío. Empezando por mí que no denuncio toda la suciedad que lo mancha y lo denigra.

En cualquier caso y dado por supuesto que al menos yo soy un cobarde, vaya mi condena rotunda al otro cobarde que pinta la autovía, el frontón, las señales y las casas con epítetos duros contra el actual alcalde del Partido Popular José Sánchez. Le llama ladrón en ellos, le llama chorizo, le llama cosas que no se pueden reproducir aquí. Eso, pintor desconocido, a la cara.

Que un alcalde destruya económica y socialmente a un pueblo no justifica que se le haga un juicio en las paredes. Las instituciones municipales no funcionan y la oposición apenas si vale para ver impotente cómo se ríen de ella, pero hay que seguir en la brecha.

Los pueblos con alcaldes que tapan sus vergüenzas detrás del cotilleo y la maledicencia deben de seguir luchando por su dignidad. Y si no lo han hecho, comenzar a hacerlo. El pueblo debe de conocer dónde está y adonde va, porque el pueblo es soberano.

Los votos dan legitimidad, pero no razón. Hitler también ganó unas elecciones y arruinó de manera terrible a su país y al resto de la humanidad con sus carnicerías de judíos. Quien quiera luchar por su pueblo, comience a hacerlo desde la sensatez, la humildad, la dignidad y la honradez. La pintura debe de quedar para Rafael, Tintoretto o Titanlux.