El 12 de abril de 1938 fallece en Madrid el dramaturgo Serafín Alvarez Quintero; su hermano y coautor Joaquín declara que no ha muerto de "no comé", como tantos en la ciudad cercada, sino de congestión cerebral. Genio y figura del fino humorista andaluz. En los primeros días de la contienda los dos hermanos fueron detenidos en El Escorial y encerrados dentro del patio del monasterio en compañía del valetudinario don Armando Palacio Valdés; luego en Madrid, soportarían registros, interrogatorios, miedos y hambres. Cuenta Borrás que "de resultas", Serafín perdió el bigote; cuando enfermó de gravedad su hermano consiguió encontrar un sacerdote que, de gabardina y bufanda, le administró los Sacramentos. Serafín fue enterrado en el cementerio de la Almudena, dentro de un ataúd con crucifijo en la tapa, gracias a la intervención del anarquista Melchor Rodríguez, cuya mejor definición podría ser la de "todo un hombre". Ocurrió que los milicianos presentes en la casa mortuoria se negaban a los ruegos de la hermana del difunto que exigía el símbolo religioso en el féretro, en cumplimiento del deseo expresado por Serafín días antes de morir. Entonces, el famoso anarquista resolvió la cuestión: «Si usted quiere caja con Cristo, le dijo a la hermana, con Cristo irá»: empuñó la pistola y ningún valiente chistó. Serafín Alvarez Quintero bajó a la tumba en un ataúd con crucifijo, el primero en Madrid desde el comienzo de la guerra civil. En el suceso acreditó hombría una vez más Melchor Rodríguez, benefactor de gentes de derecha por las muchas vidas que logró salvar. En el caso del ataúd de Serafín Alvarez Quintero, se erigió en defensor de la libertad y los derechos, incluso los religiosos, de los demás.

¿Tan mal vamos que se nos ocurre traer a capítulo el ejemplo de Melchor Rodríguez? La verdad es que no se prohíben los símbolos religiosos en los ataúdes pero no puede descartarse en absoluto. Denunciaba ayer el arzobispado de Madrid que se pretende acallar "las voces que se opongan a la cultura de la muerte". A estas alturas, pocos ignoran en qué consiste esa macabra cultura que se afana en impedir el principio y final naturales de la vida. La dura denuncia de la Iglesia responde con pasmosa prontitud a dos decisiones recientes del Gobierno evidentemente contrarias a posturas mantenidas por la Iglesia. Por la primera ha ordenado a la Fiscalía investigar el convenio existente entre la Comunidad Autónoma y el Arzobispado de Madrid sobre la participación de sacerdotes en los comités de bioética y de cuidados paliativos de los hospitales. Sorprende que se hayan dado cuenta precisamente ahora de un convenio vigente desde hace once años y que ha sido renovado a la letra; en cambio no sorprende ver a la comunidad madrileña como sujeto paciente preferido por la acción gubernamental. En su intervención ante la prensa la vicepresidenta Fernández de la Vega, por cierto cada vez más lejos de su antiguo tono amable, ha sentado doctrina: "Los servicios públicos de salud no pueden imponer a los pacientes criterios basados en creencias religiosas".

¿Y si esos criterios están de acuerdo con las creencia y principios morales de los pacientes? ¿Por qué no dejar que éstos decidan lo que les conviene?

Por otra parte el Gobierno ha ordenado a la Fiscalía recurrir ta sentencia del TSJA sobre la objeción de conciencia a la Educación para la Ciudadanía. Demasiado trabajo para la Fiscalía, pero para eso está. No andaban muy desencaminados los obispos al pronosticar que con el nuevo Gobierno se verían amenazados por más de lo mismo. Piensen que el Gobierno al dudar de sus fuerzas para alancear la crisis, puede dedicarse con mayor atención a la Iglesia. ¿Qué recuerda el señor Nuncio de la sobremesa con Rodríguez Zapatero? Cuídese, joven, que van por usted. Es la respuesta del alcalde Tierno Galván a un comerciante que, presentado

por un común amigo, se quejaba de los inspectores que lo asaeteaban con multas injustas. Pues lo dicho.