E ste año se cumplen doscientos de la Guerra de la Independencia española, un conflicto que duró seis años y resultaría de enorme trascendencia para el futuro de Europa. No en vano Napoléon, ya enfrascado en la invasión de Rusia, se referiría siempre al conflicto hispano como «su úlcera española». El recuerdo histórico de lo acaecido entonces se conmemora ahora en muchos puntos de la geografía española comenzando por Madrid, y Benavente tiene también su cuota de protagonismo en los sucesos de 1808, como los campos de la Guareña y el puente de Toro lo tuvieron en 1812, en los movimientos de tropas del mariscal Marmont y el duque de Wellington previos a la batalla de Arapiles, en Salamanca.

Para la ciudad de los Condes, que no desempeñó un protagonismo activo en el conflicto, no se trata de celebrar tres días de saqueo y destrucción que dieron al traste con la posibilidad de mantener intacto su entonces rico patrimonio monumental. Nadie en su sano juicio conmemora las tragedias, las vejaciones, los desfalcos ni los incendios de sus bienes colectivos más preciados, aunque vengan impuestos por una guerra. Sin embargo, la historia le brinda de nuevo a Benavente la posibilidad de reivindicar no solo su posición estratégica como secular cruce de caminos: también le ofrece la opción de recordar el rico patrimonio que poseyó y el papel que tuvo como escenario histórico en los primeros meses del conflicto.

Fueron los franceses quienes denominaron "La carrera de Benavente" a la persecución del ejército expedicionario inglés comandado por el teniente general John Moore. Napoleón confiaba en detener al grueso de los "casacas rojas" en la ciudad e infligirle una severa derrota, que hubiera tenido notables consecuencias tanto a nivel militar como en el terreno propagandístico. No solo no lo consiguió, sino que Moore, tras una refriega de caballería a las puertas de Benavente con más de cien bajas y setenta prisioneros, entre los que figuró el distinguido general Lefebvre, lograría contener a los franceses y podría fabricar su particular "Dunkerque español" que concluiría con el embarque del ejército expedicionario inglés en La Coruña tras muchos días de penalidades. Moore no sólo frenó a Napoleón en Benavente, sino que ganó un tiempo precioso para conservar una fuerza militar que después sería enviada a Holanda, y en parte reutilizada más tarde de nuevo en España.

Tras "la carrera de Benavente", Bonaparte llegaría hasta Astorga y luego regresaría a Francia. Jamás volvería a pisar la Península. En aquellos últimos y fríos días de diciembre, Napoleón pernoctó en una ciudad asolada tras la huida inglesa y contempló los estertores de un año, 1808, que marcaría un antes y un después en el comienzo del declive del imperio francés.

Desde los sucesos del 2 de mayo y el motín de Aranjuez en Madrid, en Castilla y León se sucedieron las batallas de Cabezón de Pisuerga y Medina, con derrota de los ejércitos españoles al mando del capitán general de Castilla Gregorio García de la Cuesta, que había reagrupado sus tropas

en Benavente tras la primera derrota para encaminarse hacia la segunda. Después de estas dos batallas, el intento de Moore de plantar cara al mariscal Soult en Sahagún, "la carrera de Benavente" y la huida de los ingleses hacia La Coruña a través de Astorga y el Bierzo leonés, constituyen los episodios históricos más notables del comienzo de la Guerra de la Independencia en tierras castellanas.

El Ayuntamiento de Benavente, como miembro de la Comisión del Bicentenario, aspira a contar con los fondos suficientes para rememorar lo ocurrido en la ciudad entre el 27 y el 30 de diciembre, desde la llegada de las tropas británicas hasta su huida y la posterior entrada de Napoleón en un Benavente incendiado y destruido por los excesos del ejército de Moore. Tanto la Comisión como la Junta de Castilla y León deberían valorar este hecho en su justa medida y otorgarle la relevancia histórica que le corresponde. Benavente desempeña un papel relevante en este bicentenario que ahora se conmemora y debe entregarle a la historia la oportunidad de recuperar con rigor el espacio que le corresponde, como al resto de ciudades y escenarios castellanos y leoneses del conflicto.

Organizar exposiciones, conferencias y recreaciones de lo acaecido aquellos lluviosos y gélidos días de finales de diciembre de 1808 es a lo menos que debe aspirar Benavente. El precio que pagó como víctima del conflicto fue significativamente alto. Perdió iglesias y conventos, pero también una fortaleza que desde la Edad Media y hasta entonces había despertado admiración unánime. El castillo de Benavente fue masacrado en tres días y sus ruinas terminarían siendo desmontadas piedra a piedra con el paso de los años. Es más que evidente que otro tren, el del patrimonio y el del interés turístico de la ciudad, comenzó a desaparecer y perderse para siempre en el crepúsculo de aquel 1808. Buena ocasión, doscientos años después, para reivindicar la presencia, activa y efectiva, de Benavente en la conmemoración del Bicentenario de la Guerra de Independencia.