Uno de los recuerdos cotidianos más alegres y entrañables que conservo de mi niñez y primera juventud es la celebración de las fiestas de los barrios, el propio y los demás, festejos populares esperados con ganas a lo largo de todo el año y que luego se consumían en dos días, que es lo que duraban las verbenas, pues así se llamaban entonces, al menos en Valladolid donde yo vivía. Las mejores, las más animadas y concurridas, eran las de los barrios más pobres y periféricos mientras que las del centro resultaban mucho menos populares y más deslucidas, sin comparación. El programa no podía ser más modesto, acorde con los tiempos: quema de una hoguera y baile en alguna de las plazas. De la hoguera, de recoger los trastos y encender el fuego, se encargaba la gente menuda, mientras que el bailoteo era cosa de jóvenes y mayores. No había asociaciones de vecinos, faltaría más, ni subvenciones municipales, ni nada, y de los gastos se encargaban a escote los bares de la zona, que pagaban entre todos una orquestina de cinco o seis pluriempleados aficionados a la música que tocaban como mejor sabían y podían los pasodobles y boleros en boga.

Pero todo pasa y también pasaron aquellos tiempos, siendo sustituidas las verbenas, que habían perdido mucho auge con la proliferación de guateques y otras fiestas similares, ya en la época de la transición por las fiestas anuales de los barrios, una responsabilidad de las por entonces nuevas y flamantes asociaciones de vecinos que en casi todos los casos mantuvieron el espíritu de diversión y hermanamiento que las verbenas habían significado. Algunas tradiciones como la hoguera, o la limonada que se hacía en cada uno de los hogares para obsequiar a familiares, vecinos y amigos, fueron desapareciendo con los años pero a cambio se ampliaron las celebraciones y se fueron rellenando con un cada vez más amplio y diverso programa de festejos, procurando que la fiesta fuese para todos y contando también con la ayuda municipal. Hoy día, las fiestas de los barrios en Zamora y en todas partes, son esperadas con el mejor de los ánimos y se celebran con ilusión y alegría, lo mismo que sucede en los pueblos con las fiestas patronales de cada año. Por eso, no se puede dejar que por razones organizativas o económicas puedan ir desapareciendo, una amenaza latente según han denunciado las asociaciones vecinales de la capital. Y es que la burocracia se ha cebado con estas celebraciones populares, sobre las que ahora pesan una serie de normas legales, todo lo lógicas y justas que se quiera, pero que agobian a quienes se encargan de ellas, pues se les exigen inspecciones sobre el montaje de escenarios e instalaciones, utilización de luces, proyecciones, o atracciones feriales, por ejemplo. Así que además de temerse un encarecimiento de los programas de festejos, los vecinos se sienten incapaces de responsabilizarse de tales inspecciones por lo que pidan al Ayuntamiento que asuma estas disposiciones regionales. Como se habrá puesto la cosa que hasta los tradicionales concursos de tortillas o de postres han sido prohibidos.