Un hombre ha muerto en Granada tras beber un zumo de noni comprado por internet (o eso se sospecha), lo cual ha desatado todas las alarmas propias de estos casos y todas las prevenciones y desconfianzas que acarrean los fallecimientos accidentales. Mientras se investigan las causas, el debate se abre. El personal se pregunta si el error fue comprar un alimento por la red o si el problema está en el noni o si está en los controles sanitarios. El caso es que la etiqueta era ilegible y no hay manera de saber si había caducado y cuánto tiempo llevaba así. O igual no era culpa del zumo.

Mientras leo esta noticia en varios periódicos, para contrastar la información, me bebo una de mis tazas de té de la mañana (suelo tomar entre dos y cuatro; a veces, incluso cinco tazas). Paladeo el raro sabor del té y recuerdo lo que pasó hace unos días y la razón por la que este té rojo recién comprado me sabe raro. Hace unos días fui a comprar té, pero era tarde y ya habían cerrado los supermercados y los comercios de horario normal. En esas circunstancias, sólo quedan dos opciones en mi barrio: las tiendas regentadas por chinos o las tiendas regentadas por hindúes. De una de las tiendas orientales más próximas a casa empecé a desconfiar el año pasado, y por ello evito comprar alimentos allí. Sólo compro hielo y bebidas, y con bebidas me refiero a refrescos. El año pasado, o quizá fuera el anterior, cuando estaba a punto de pagar la cuenta de lo que me llevaba, vi una bolsa de castañas pilongas. El sabor de las castañas pilongas me trae siempre recuerdos de infancia, recuerdos de Zamora y de Fermoselle. Compré una bolsa en la tienda de chinos. Más tarde, no sé si lo he contado ya, cuando había comido unas cuantas castañas, vi con terror un gusano en una de ellas. Lo cierto es que ya había notado cierto sabor revenido, a viejo. Pues bien, desde aquello no he querido comprar comida en los chinos. El problema de estos sitios ya no es sólo el control sanitario, sino que muchos de sus productos no suelen ser vendidos, y por eso se acumulan mes tras mes hasta que caducan o les salen gusanos. Quiero decir que, para comprar productos como el café o la leche, la gente va a comprarlos al supermercado o a la tienda de toda la vida, donde hay más confianza.

Pero volvamos al té. Era tarde y quería té para la mañana siguiente, y entramos en una tienda hindú a comprar una caja de té rojo. Por la mañana, me preparé una infusión. Y me supo rara. Sabía demasiado a papel, a cuerda, como si los materiales con los que está confeccionada la bolsita se hubieran desleído en el agua. Un sabor tosco, pesado. Miré la caja: en efecto, había caducado en octubre del año anterior. Pero había perdido o tirado el recibo y estas situaciones me producen pereza: regresar a la tienda, convencer al tipo de mi reciente compra, mostrarle la caja, llegar a un acuerdo. Me dije: "Sólo es té. Seguiré tomándolo hasta que lo acabe. No creo que me pase nada". No soy partidario de tirar los alimentos a la basura, y para mí el té es un ritual y un alimento. Bebía la infusión cuando leí la noticia sobre el hombre que, se supone, ha muerto por beber un zumo que, tal vez, esté caducado (no se sabe con certeza, y espero que la respuesta no tarde en llegar). Miré dentro de la taza. Ya sé que no pasará nada, pero estos accidentes disparan las alarmas y nos vuelven un poco más desconfiados de lo que somos. No merece la pena arriesgarse. Nunca se sabe. No me importa tomar algo caducado unos días antes, pero cuatro meses ya es otra historia. Deseché el último trago y en breve voy a tirar la caja a la basura. Mientras, estoy a la espera de las verdaderas causas de la muerte del hombre de Granada.

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