Quizás el término "familia" sea el más en boga en círculos sociales y políticos; en ambientes religiosos, una de las realidades más valoradas. Se cumple aquello de Philippe Hériat: "La grandeza de las familias hace la grandeza de un país, a pesar de los gobiernos". La Iglesia en España ha detectado y alertado al tiempo de que el debilitamiento del estamento familiar está desembocando en un peligroso desfonde en el universo de valores. La sangre debiera transmitir algo más que la vida. Tal y como andan las cosas, los centros educativos, digamos colegios, no están como para coger el testigo y compensar las deficiencias y desastres domésticos. El futuro que se nos augura desde instancias políticas está más para recoger los restos del naufragio que para insuflar aire, corregir el rumbo y llevar a buen puerto la nave familiar.

Hoy, último día de enero, se celebra la fiesta de un educador, Juan Bosco, que vino, como tantos otros, de una difícil coyuntura familiar; la fiesta de un educador obligado a salir de casa a buscarse la vida a la corta edad de diez años; la fiesta de un sacerdote y educador que pateaba las calles de la gran ciudad de Turín para recoger niños sin padres; la fiesta de un educador que quiso que su "oratorio" (residencia y escuela al tiempo) se estructurase al estilo de una familia. Juan Bosco, huérfano muy pronto de padre, entendió en carne propia lo que sicólogos y pedagogos iban a escribir un siglo después, que para madurar bien en la vida se necesita el amor exigente de un padre y el sereno y alegre de la madre. La falta del componente masculino o femenino conlleva el peligro del desequilibrio afectivo hacia una vertiente: afeminación sin nervio para los hijos de mamá y aridez ansiosa para los hijos de papá. Claro que una madre o un padre en solitario pueden aunar y alternar la firmeza serena con la alegría tranquila; claro que las deficiencias primeras pueden ser corregidas o compensadas más tarde por un buen complemento educativo; claro que pueden entrar en juego otras instancias, llámense abuelos; pero la verdad es que las cosas se complican cuando hay orfandades inducidas, que obligan a desarrollarse sin el calor nutritivo de una familia, sin la necesaria conjunción de esos elementos (lo masculino y lo femenino) que transmiten la vida.

Juan Bosco salió a la calle a recoger los restos de un naufragio producido por la aparición de los suburbios en Turín, por el incipiente mercado de trabajo juvenil, por una revolución industrial que desbarajustó el antiguo orden familiar y trastornó las estructuras de la sociedad. Juan Bosco, inspirado en un modo de hacer educativo bebido en las fuentes del Evangelio, entendió que las heridas que se producen fuera del hogar tienen fácil o posible solución dentro del mismo, allí vamos todos a lamernos las heridas; pero las que se producen al interno de la familia dejan marca. Y es que a decir del turco Orhan Pamuk, último premio Nóbel de literatura, "más que por las habitaciones y belleza de los muebles, la casa es importante porque es el centro del mundo que tengo en la cabeza" (Estambul. Ciudad y recuerdos). Las quiebras en la familia empobrecen el espíritu, dejan desarmados ante los retos del exterior, impiden enfrentarse al futuro con madurez, hacen cambiar el foco de la mente hacia extraños juegos de engaños y de olvidos.