Febrero es un mes con comienzos romeros. En la capital, mantuvieron esta tradición los dos grandes arrabales a los que unió siempre la zona artesana de los Barrios Bajos, auténtica zona artesanal, cuyas parroquias de San Leonardo, Santo Tomé, La Horta y la desaparecida de San Julián de los Caballeros marcaban el ritmo de las celebraciones. Entre éstas, Las Candelas, cuya ermita, más que esto un santuario, es hoy Capilla de las Siervas de San José de la casa de la calle de la Reina.

La calle lateral que lleva a Santa María la Nueva lleva el nombre de doña Candelaria Ruiz del Arbol, y daba entrada a la citada ermita. Hoy, la calle lleva el nombre primitivo de Corral Pintado. También el callejero de las ciudades tiene su lenguaje y dice cosas, a veces muy interesantes, lo que pasa es que estamos pendientes de nuestras propias miserias y no tenemos tiempo de fijarnos.

En cada calle hay escrita una lección, que debemos aprender. San Blas, vinculado con San Mauro como abogados de los males de la garganta, tuvo una gran tradición en nuestra ciudad. Y nada digamos de Las Aguedas, festividad que sólo sufrió un descenso debido en los años de la postguerra, pero pasada la década del cuarenta se comenzó a levantar de nuevo.

Al margen de la Miaja o de que "Así se te seque", la mujer ha dado siempre un aire y un estilo distinto a estas celebraciones romeras, y a ellas y a esta celebración concretamente, se debe el que, a pesar de la rápida evolución de la indumentaria con la revolución industrial, se haya conservado una parte importante de ese legado cultural del que hoy nos sentimos seriamente orgullosos.

Queda como símbolo esa entrega, ese rito de la entrega del bastón de mando de la primera autoridad cuando la mayordoma hace su visita, que vamos a llamar oficial. Ese acto simbólico es hoy un recuerdo, auténtico presagio de siglos atrás, que en el siglo XXI es una realidad, la mujer ha ocupado ya y sigue creciendo su categoría y su seguridad en todos los ámbitos de la complejísima vida social...

Desde los más altos santuarios de la ciencia, del saber, en todos los campos. Ejemplos han dado ya, sobradamente conocidos de todos de su temple, de su categoría y de su claridad para enfocar los más complicados y difíciles problemas con soluciones acertadísimas. Una civilización sin águedas es una civilización sin futuro. En parte de los pueblos de la Tierra del Vino, las Candelas y las Aguedas fueron una constante. Moraleja del Vino tuvo siempre una magnífica representación en Las Candelas y San Marcial con las águedas, en cuya iglesia de la segunda mitad del siglo XVIII, planta de cruz latina en el brazo del crucero del lado del Evangelio, el altar dedicado a Santa Agueda, explica con claridad la fuerza y la devoción a la santa y cuya cofradía se mantiene desde los orígenes de la actual iglesia. Otra localidad en la que la festividad de San Blas tenía un relieve y una resonancia era El Perdigón, cuya entidad le daba cierta superioridad sobre los cercanos que le rodean, principalmente en la citada fiesta y además contando como complemento con la intervención de los Quintos, siempre relacionados con dicha fiesta aunque el titular de la parroquia es San Félix, o con el año Nuevo o Reyes. Determinadas fiestas de advocaciones y santos cuyas devociones tenían cierto peso en la tradición cristiana fueron objeto de atenciones festivas muy destacadas, y las próximas al comienzo de la Cuaresma adquirían un sentido y una proyección muy especial, como es fácil recordar y celebrarlo con las manifestaciones actuales felizmente conservadas.