Por la boca muere el pez (por mucho que diga Fito y su maestro Sabina) y los políticos por lo que prometen en campaña -o precampaña. Tiene bemoles, lo que tiene que aguantar el Manolo de a pie. Igual que los voceros de las ferias antiguas: «Juegue, juegue, que aquí siempre toca, cuando no es un zapato es una bota...». Pues eso: 400 euros de "regalo" para todos los que apoquinen a Hacienda, guarderías a la carta, exención de presentar el IRPF para quien no gane más de no-sé-cuantos euros, oiga lo que quiera. Si nos vota le regalamos una semana de vacaciones en Estrasburgo, para visitar el Parlamento Europeo. Es lo único que falta. Pero todo se andará, de aquí al 9 de marzo, la luna.

Es sangrante la manera en que los políticos esgrimen lo público como si fuera privado, como si fuera suyo. Los presupuestos son la suma de las aportaciones de todos. En un Estado justo, debe aportar más quien más tiene porque eso es lo ético; porque los que más suman han llegado ahí, en muchos casos, aprovechándose más que nadie de los mecanismos que ofrece el Estado, aun rebuscando en las aristas más recónditas, donde menos se ve.

Si la sociedad civil existiera, o, al menos, diera señales de vida, se rebelaría. Y diría: bien, hasta aquí hemos llegado, pero ya está bien de engaños y boberías. A partir de ahora hay que marcar nuevas pautas, trazar caminos más seguros. Quienes controlan y dirigen nuestros dineros, nos imponen los impuestos y marcan las pautas a seguir, no pueden ser tan zafios. Es preciso dar un vuelco a la situación, sanear el sistema y forrarlo de sentido común. Aquí va una propuesta para estos tiempos: Exigir a los políticos que sus promesas electorales sean ratificadas, por escrito, ante notario. Esto es que lo que digan lo cumplan, que no engañen a los electores. Y cuando no puedan hacerlo, que lo justifiquen. Y si no lo hacen, que la ciudadanía pueda demandárselo, no solo en las urnas, también en el Juzgado.

Basta ya de jugar con lo público, con lo de todos. Los políticos deben asumir que el hecho de militar en el partido que gane las elecciones no les da patente de corso para hacer y deshacer a su antojo. Tienen la responsabilidad de gestionar lo mejor posible y con la servidumbre de hacerlo para sus correligionarios y también para los contrarios. El Estado es de todos, no de una parte.