Una razón de peso para votar la candidatura de Zapatero: Cuatrocientos euros. ¿Hay algún valiente que se resista a la tentadora oferta? Este es el caso: en junio el contribuyente recibirá de "bóbilis bóbilis", cuatrocientos euros. Condición previa, "sine qua non": tiene que ganar las elecciones la candidatura del rumboso ofertante que parece invitarnos a un entusiasta y lucrativo "todos a una". Diríase que propone un trato claro y sencillo: tú me das tu voto y yo haré que en el tiempo anunciado te entreguen los cuatrocientos del ala. La peregrina ocurrencia zapateril ha pillado por sorpresa al animado cotarro político donde los candidatos porfían hasta el "no va más" de las ofertas. Tal vez no resulte torpe suponer que los candidatos competidores que descalifican como golpe bajo la sorprendente salida de Rodríguez, en el fondo se duelen del pisotón: es probable que les duela no haber adelantado ellos mismos la ideica.

Mírese como se mire, la finta electoralista que tanto revuelo ha causado es fácil de captar, pero no tiene explicación lógica; se las ven y se las desean los intérpretes áulicos para encontrar algún argumento potable y medianamente convincente. El autor se contradice al justificarla ante la actitud renuente de algunos compañeros del partido. Viene a decir que se devolverán al contribuyente esos cuatrocientos euros del IRPF gracias a que existe un sustancioso superávit logrado con la acertada política económica de este Gobierno. Casa mal el argumento con una política de izquierdas. Existe, es muy cierto, el superávit; pero no porque no hubiera necesidades que cubrir y obras urgentes que realizar sino porque se ahorraron dineros que debieron gastarse en realizaciones que ahora incluyen en el saco insondable de promesas electorales. Hasta el más lego en economía sabe que se ahorra renunciando a los superfluo, no escatimando gastos en lo necesario. Tampoco resulta evidente la ejemplaridad de la devolución prometida porque el superávit lo permite: cuando se ahorra se tiene, razona Zapatero, entonces ¿por qué regala con presunta finalidad electoralista, esos cinco mil millones, cuando los signos económicos anuncian tiempos recios". Es verdad que el ya famoso 400 podría servir de alguna ayuda a la depauperada economía familiar que no está precisamente para ahorros; bien está que por fin se reconozca la situación, pero ¿por qué demorar el auxilio y condicionarlo al resultado de las elecciones?

No es enteramente cierto, como ha recordado cierto político catalán que con sus cheques-regalo electorales Rodríguez Zapatero reinventa métodos políticos del siglo XIX cuando estaba a la orden del día la compra del voto. Recuerdo que en los años inmediatamente anteriores a la Segunda República, el famoso muñidor electoral don Lorenzo Pinilla regalaba a los pobres un pan y un cuarto de queso a cambio de su papeleta; y todos satisfechos. Según me contó mi madre hubo un tiempo en que los pueblos de la comarca votaban a quien quería mi bisabuelo Pepe Rico; parece que entonces también mandaban mucho los constructores; la cosa es que en un ataque de orgullo por mis ancestros, llegué a escribir y publicar

en este mismo periódico un artículo en reivindicación del cacique que pagaba los votos con su dinero; "migaba de su pan" no como la vecina del cuento y no pocos políticos de nuestros días.

Objeto del deseo vive el ciudadano que pronto será llamado a urnas, la etapa más feliz del ciclo político; entregado el voto pasará de nuevo a la región del olvido y de la indiferencia. Solicitado por unos y otros, tiene motivos para sentirse importante y decisivo; todos se afanan en dorarle la píldora y en prometerle segura felicidad; así que haría bien en gozar de este venturoso cuarto de luna y hacer valer su voto escrutando en la verdadera entraña de las promesas que a porfía le hacen los candidatos. Opina el Emérito que la promesa electoral es mentirosa como la manzana del Paraíso; Eva y Adán -por este orden- confiaron en su eficacia infinita, la probaron y se encontraron desnudos. Lejos de la hipérbole, Tierno Galván consideraba

las promesas como falsedades admitidas de buena gana por el pueblo. Lo grave es cuando se hace la sopa electoral migando el pan público. Dice un adagio popular que prometer y no dar no descompone casa; dar lo prometido en un arrebato de electoralismo pudiera descomponer la economía. No obstante, Solbes proveerá si la oferta de los cuatrocientos consigue el objetivo.