El pueblo que vivía en tinieblas vio una luz. La luz de la Verdad, de la valentía y de la fe. La luz que nos lanza al mundo para iluminar, amar, vivir, soñar y existir desde la óptica de la fe. La luz que nos hace hombres capaces de ser pescadores de otros hombres.

Vivimos momentos difíciles para la fe. Cada vez son más habituales las invitaciones para que los católicos vivamos nuestra fe en el ámbito de lo privado. No se quiere que lo cristiano "ensucie" la sociedad, y por tanto, se nos invita a que olvidemos el mandato de Jesús "amaos unos a los otros como yo os he amado". Como si amar al hermano, descubrir en los hombres y mujeres de mi tiempo el rostro de Dios que me pide amor, fuese posible vivirlo de puertas para adentro.

Los profundos cambios políticos y sociales que afectan a nuestro país están desorientando a una gran parte de los católicos. Se nos pide que seamos ciudadanos anónimos; ciudadanos y ciudadanas que no impregnen de su condición de cristianos la vida política y social de España. Bajo un estúpido halo de laicismo se quiere conseguir que los cristianos vivamos nuestra vida bajo una bipolaridad esquizofrénica. Al entrar en casa nos podemos "revestir" de católicos, ponernos encima la fe como quién se pone la bata y las pantuflas. Pero al salir, al entrar en contacto con la sociedad, debemos dejar a un lado nuestra identidad cristiana para vivir laicamente, es decir, insulsamente, sin poder marcar nuestros pensamientos y obras con el signo de la fe.

¿Es que acaso es verdad que los cristianos no tenemos nada que aportar a nuestro país? ¿Es que ya se ha olvidado que los valores que sostienen nuestro sistema democrático proceden de forma innegable del sustrato católico que nos ha identificado y conformado como pueblo a lo largo de la historia?

Vivimos en un país laico. Sí. Un país que no se casa o identifica preferentemente con una u otra confesión o credo religioso. Pero no vivimos en un país laicista que pretenda hacer que sus ciudadanos tampoco puedan vivir en su vida normal (pública y privada) sus más profundas creencias religiosas. No vivimos, no queremos vivir, en un país donde no se pueda opinar y trabajar desde la fe, sin que inmediatamente te descalifiquen y te señalen con el dedo como un bicho raro.

Ahí está el desafío: ser hombres. Hombres libres que no se dejan imponer formas de pensar o de creer. Hombres que viven su vida desde una óptica concreta, la de la fe, y que no están dispuestos a renunciar a ella porque este u aquel político se lo imponga. Hombres que se saben con una tarea concreta: transformar el mundo conforme al principio del Amor. En definitiva ser hombres que sean pescadores de hombres. La tarea es apasionante. ¿Cuántos cristianos estamos dispuestos a involucrarnos en ella?