Más de 117.000 habrán sido las páginas de periódico, minutos de radio y televisión dedicados en los últimos días a la última convulsión bursátil. La bolsa tiene dos componentes fundamentales. Por un lado, es un indicador más de la situación económica general. Si bien, sólo es un termómetro fidedigno a la hora de marcar tendencias o bien cuando se encuentra en uno de los dos extremos, la euforia mantenida en el tiempo o el crack del que tarda en salir. La segunda componente es la de su afección directa al ahorro de las personas. Esta suele estar limitada por el hecho de que, en recomendable prudencia, se suele destinar a este tipo de inversión parte del excedente de renta personal disponible. Como la bolsa a medio y largo plazo siempre sube, a pesar de los cientos de miles de comentarios generados, sólo preocupa por lo que conlleva de impacto en la economía real, la pérdida de atractivo para los grandes movimientos inversores mundiales.

Los preocupantes son otros 117.000 de los que anteayer tuvimos noticia. La lista de quienes en el último año han incrementado las listas del paro. Más aún, los 135.000 que sólo en el último trimestre han pasado a figurar en la estadística más temida. Hacía seis años que en España no se destruía empleo y se ha roto la dinámica. Cuando llega una situación de crisis, los primeros en padecerla son precisamente los que menos recursos tienen para hacerle frente. Los trabajadores de menor cualificación, las mujeres, los jóvenes y en esta especial coyuntura en España, la población inmigrante. De ahí la necesidad de aprovechar las etapas de bonanza para adoptar medidas económicas, con frecuencia impopulares, que garanticen mayor flexibilidad al mercado de trabajo y el reforzamiento del sistema productivo. El gobierno no sólo no lo ha hecho, desperdiciando las opciones propiciadas por las reformas de la era Aznar, sino que sigue manifestando su intención de no hacer nada al respecto (en "vísperas" y con un ministro que ni siente, ni padece).

Cuando algunos, no sin inconsciencia, jalean con alborozo el brusco parón inmobiliario; cuando otros, animados por buenas y solidarias intenciones amparan la inmigración indiscriminada, no prevén el deterioro de la situación de muchos de aquéllos a los que creen defender. El ministro Caldera habla de "bache". Pero el paro aumentó en el conjunto del año en construcción, servicios y agricultura y en el último trimestre en todos los sectores de nuestra economía. Estamos en el prólogo de una crisis que no perjudicará más a los más ricos, ni a los bancos que dejen de cobrar las hipotecas, sino a quienes dejen de pagarlas. De no atajarse, se puede convertir en dura para muchos españoles y dramática para buena parte de los cinco millones de nuevos residentes. Trabajadores inmigrantes y sus familias. Para tomar medidas, nos dicen, hay que ver quién gobierna a partir de abril.

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