No gana para disgustos la añorada Barcelona. La providencial detención de presuntos terroristas pakistaníes ha descubierto nuevos motivos de temor. Se informa que son más de quince mil emigrantes de Pakistán los que viven en el barrio del Raval, casi tantos como habitantes tiene Benavente. Plagiando sin saberlo al famoso apologista, los indígenas observan que llegaron ayer y lo llenan todo: escuelas, comercio, trabajos; y temen los viejos habitantes ser desplazados del barrio por los recién llegados, como si algunos "locatis" políticos los consideraran no gratos como de hecho ocurre con el idioma castellano que constitucionalmente es el de todos los españoles; en oportuna fotografía publicada en ABC aparece un grupo de niños paquistaníes en una escuela de Barcelona; sobre los pupitres libros en su idioma. Es obvio que en contencioso no toman parte los paquistaníes, gente por lo común trabajadora, pacífica, lista, que en las artes comerciales puede tratarse de tú con los catalanes.

No recuerdo haber visto en la crónica negra de los periódicos canarios el nombre de un comerciante indio o pakistaní. Sus colonias de Santa Cruz de Tenerife eran numerosas como las asentadas en Las Palmas, Ceuta o Melilla. En la santacrucera plaza de Candelaria, se reunía al caer de la tarde un grupo numeroso de mujeres envueltas en el elegante y colorista sari y luciendo alguna brillante gema incrustada en la piel. Complacida, la ciudad mostraba el exótico cuadro costumbrista a los turistas peninsulares que regresarían con la maleta cargada de regalos adquiridos en las tiendas indias. El padre Salvador, superior del convento franciscano, practicaba la alianza de civilizaciones mucho antes de que Rodríguez Zapatero la soñara: había autorizado a unos paquistaníes que secaran sus especias poniéndolas al sol en la terraza del convento; entraban libremente por la puerta del templo; al pasar ante el altar, hacían una reverencia y subían a la terraza. Comentaba el fraile que si no creyentes "en la fe verdadera que es la nuestra", al menos eran muy educados al respetar nuestras creencias y costumbres.

Como solían decir los sentenciosos varones de mi pueblo, hay curas y curas, esto es, hay paquistaníes y paquistaníes. Los detenidos en Barcelona -parece innecesario decir que por la Guardia Civil- son terroristas de la peor ralea, la islamista; se han propuesto dirimir en España las luchas internas en las que se desangra el atormentado Pakistán. No importan artículos de contrabando ni trafican con divisas como aquellos paisanos suyos radicados en Santa Cruz de Tenerife; importan consigo terrorismo para castigar a España en aras de rencorosos sueños imperialistas. Así que es motivo de extrañeza la elección precisa del Metro barcelonés para el atentado; Cataluña no está incluida en los mapas de

Al Andalus, como al decir de Carod Rovira, tampoco es parte de España; el argumento convenció a los etarras en el contubernio de Perpiñán, si es que el compromiso se acordó como todo el mundo parece creer. Sorprende, sin embargo, que Ibarretxe tenga que responder ante la justicia de su reunión con jefes batasuneros trasuntos de ETA y que no se le pidan explicaciones al señor Carod de sus conversaciones con etarras " in persona". No se ha informado de lo que allí ocurrió; pero el interlocutor ha llegado a vicepresidente de la Generalidad y domina la política catalana ¡Oh, tempora, Pujol: el Gobern en mano de dos emigrantes españoles! Intríngulis de la política que no permiten juzgar ciertos episodios con claridad y buen tino.

¿Cómo se podría explicar rectamente la detención de los presuntos terroristas paquistaníes cuando las autoridades encargadas de la seguridad no se muestran acordes en detalles de la mayor relevancia? El ministro del Interior, el fiscal general, el consejero del Interior de la Generalidad y el juez instructor del caso han facilitado datos contradictorios en cuanto al número de los terroristas suicidas o el grado de maduración del abortado plan o el lugar previsto para colocar los explosivos y las horribles consecuencias para la ciudad. Así las cosas, nadie se atreverá a afirmar que la seguridad ciudadana está en las mejores manos; nadie será capaz de avalar al conseller Joan Saura que con estúpida irresponsabilidad declaró ante el parlamento catalán, cuando se estaba procediendo a la detención de los terroristas, que no existían "indicios de un atentado inminente en Cataluña". De un tiempo a esta parte se suceden los pronósticos equivocados de notorios políticos. Alguna vez la verdad, en forma de tragedia, les contradice.