En países del hemisferio norte como España, la ola de secuestros de menores que empieza a generar una importante oleada de psicosis colectiva y la educación infantil son, quizá, las dos grandes preocupaciones del momento. Para organizaciones como Unicef y para las autoridades sanitarias, sobre todo del Tercer Mundo, la reducción de la mortalidad infantil es tema prioritario como parte de los Objetivos de Desarrollo del Milenio a cuyo cumplimiento todos estamos obligados. Por fin se produce una buena noticia. Por fin se abre una puerta a la esperanza. Por fin la esperanza es posible. Por vez primera, desde que se registran estadísticas, la mortalidad infantil ha descendido por debajo de los 10 millones anuales. Lo firma y rubrica Unicef en su informe anual "Estado Mundial de la Infancia 2008". Estamos en el camino adecuado. La drástica disminución del número de fallecimientos infantiles, que ha pasado de los 20 millones en 1960, a los 9,7 millones en 2006 es una buena noticia. Tal reducción, que no pasa desapercibida, se ha producido 46 años después, demasiados quizá, pero se ha producido. Aunque, todavía, mueren 27.000 menores de cinco años cada día, por causas perfectamente evitables.

Oriente medio, el sur de Asia y el continente africano en su totalidad son los que tienen menos posibilidades de cumplir esos objetivos marcados por la Onu en materia de salud. No pueden comprometerse, tal vez por formar parte del enorme club de afectados, a reducir en dos tercios la mortalidad infantil en 2015. Desde luego, como siempre y para no variar, los peor situados son los países del Africa Subsahariana, donde, todavía, uno de cada seis niños no llega a cumplir los cinco años. De un total de 46 países, sólo tres están en condiciones de poder lograr esta meta. Lo terrible del caso es que la mortalidad infantil en esos países tiene causas evitables, causas sorprendentes en los países desarrollados donde los males que azotan el continente africano se han erradicado en su mayoría hace décadas. No hay más que echar un vistazo a cifras y datos para comprobarlo. Los problemas neonatales, la neumonía, la diarrea, la malaria, el sarampión y el sida, son los causantes de esta elevada mortalidad que Unicef cree posible atajar, incluso en países con graves problemas económicos y en situación de conflicto, como lo demuestran las estadísticas. Y es que las estadísticas se pueden cambiar, se pueden mejorar. Sería suficiente, para empezar, con una larga suma de voluntades. Un hecho pone de manifiesto que la esperanza es posible. Desde 1990, 61 países han reducido su índice de mortalidad en un 50%, o sea, en la mitad, que no es poco. Medidas tan simples como la lactancia materna exclusiva por la que aboga Unicef, la inmunización, el uso de mosquiteras tratadas con insecticida y la administración de suplementos de Vitamina A, son responsables directos de estos buenos resultados que, no obstante, hay que considerar insuficientes si no queremos relajar nuestra solidaridad, tan frágil y quebradiza a veces, si no queremos bajar la guardia, si pretendemos que los Objetivos se vayan cumpliendo en su totalidad. Los niños representan el futuro, si se pierden por el camino, el futuro no será incierto, es que no habrá futuro. La infancia debería ser prioritaria, todavía no lo es, en las políticas públicas. La infancia de los países desarrollados a la que hay que dedicar otro tipo de protección y cuidados y fundamentalmente la infancia de los países subdesarrollados, que es la más afectada por esas causas evitables, superadas hace ya muchos años en países como el nuestro. Se ha abierto una puerta a la esperanza. Entre todos debemos procurar que no se cierre. Los golpes de viento, por suave que sea, están al acecho. Evitémoslo.