Tantas opiniones como opinantes: unos ven en la elección del Prepósito General de los jesuitas un motivo de decepción para Benedicto XVI; otros, presumiendo de objetividad y mejor información se atreven a suponer que el Papa ha respirado tranquilo. El Padre Adolfo Nicolás ha tomado a broma los juicios de la Prensa tramados sobre tópicos clisés; excelente principio: el buen humor es señal de talento y talante. Va a necesitar mucha firmeza para liderar esta nueva etapa de la Compañía. La Congregación General debe estudiar en palabras del Padre Nicolás, "a dónde debe ir en este momento de la historia nuestra actividad y nuestro servicio"; es realmente hermoso el concepto de los pobres del mundo, como verdadera nación a la que servir; los pobres son ciertamente la preferencia bíblica de la Iglesia, no la única obligación. El Papa, en carta a los jesuitas participantes en la 35 Congregación General, ha señalado con claridad los errados caminos que no debe transitar ningún miembro de la Compañía: se trata de serias advertencias sobre temas teológicos y pastorales. Así pues, el nuevo Prepósito General se ha encontrado con un valioso anticipo doctrinal de Benedicto XVI , que puede servirle de gran ayuda para reconsiderar algunas cuestiones y reorientar ciertas conductas. Se ha dicho que por las trazas, la Compañía no superó totalmente la tremenda crisis posconciliar que hizo temer por su continuidad.

La Compañía de Jesús fue concebida como milicia y no puede renunciar a su espíritu combativo que, como es lógico, le ha supuesto riesgos que ha enfrentado con valor y sacrificios no siempre comprendidos y valorados y menos, agradecidos. Los perseguidores de la Iglesia suelen poner la diana de sus tiros en el instituto religioso fundado por San Ignacio de Loyola. Alguna vez he escrito sobre la sorprendente paradoja de Carlos III: el fervoroso impulsor del Patronato de la Concepción sobre la nación española expulsa a los jesuitas "por razones que se guarda en su real pecho"; es una decisión del Rey de la Ilustración y de alguno de sus ilustrados ministros que se ejecutó con nocturnidad, sin aviso y con crueldad inusitada; se procedió con mayor dureza que en la expulsión de los moriscos. Retomo los detalles de una histórica que redacté hace algunos años. La madrugada del 1 de abril de 1767 el pueblo madrileño fue sorprendido por una extraña noticia.Pasadas las 12 de la noche anterior, grupos formados por un alcalde de Corte, ministros de justicia y soldados invadieron, a la vez, las seis casas (residencias y colegios) de los jesuitas. Se colocan centinelas a las entradas y se prohíben las señales de aviso. Ya en el vestíbulo, el alcalde de Corte reclama la presencia del rector y le ordena que despierte a los miembros de la comunidad y los haga bajar. Hace saber a los reunidos que el Rey ha dispuesto la expulsión inmediata de todos los religiosos de la Compañía; a cada uno se le permite llevar su ropa de vestir, un poquito de chocolate y de tabaco y el libro de rezos, ni un libro más. Los religiosos son obligados a subir en unos carruajes que, escoltados por soldados a caballo, los conducen a Getafe y luego a Cartagena, donde son embarcados con destino a los Estados Pontificios.

No contenta con expulsarlos de España, la Corte ilustrada participó en la persecución a los jesuitas en otras naciones europeas y su embajador José Moñino maniobró en Roma hasta conseguir que el papa Clemente XIV firmara el breve "Dominus ac Redemptor" por el que se suprimía -puede decirse que se intentaba raerla de la faz de la Tierra- la Compañía de Jesús. Al contrario que Carlos III, Clemente XIV no se guardaba en su pecho las razones de su determinación, que justificaba en abusos y escándalos de los jesuitas con anterioridad a la supresión, le había hecho esta advertencia que suena a galimatías: "Sint ut sunt aut non sin sint". Sean lo que deben ser o no sean. Pero la Compañía de Jesús cual Ave Fénix, surgió con fuerza de sus cenizas. Se recuperó de la faena de Carlos III y de la cruenta persecución, expulsión incluida, de los años de la Segunda República.