Suele decirse que resulta más fácil hacer llorar que reír. Es raro hoy día escuchar a alguien confesarse de "lágrima fácil". Lo suyo es esconder la posible fragilidad para no descubrir flancos débiles. Es mejor poner al mal tiempo buena cara y a las críticas "dientes", como la Pantoja. Tras un aspecto gélido, tras unos ojos de mirada fría, se esconde también un corazoncito, el corazón de un ser humano que responde con lágrimas al impulso de la emotividad cuando se le toca la fibra sensible. Y, a veces, incluso en política, las lágrimas son beneficiosas para los candidatos. No siempre. Pero en los momentos más candentes, hay lágrimas salvadoras cuando todo parecía perdido.

Algo así le pasó a la gélida Hillary Clinton en las primarias de New Hampshire. Contra todo pronóstico ganó la partida a Obama, gracias a unas oportunas lágrimas cuando participaba en un encuentro con votantes, tras el caucus de Iowa que la desplazó a un tercer puesto. Ante una pregunta sobre su futuro, frunció en entrecejo, arrugó la barbilla, apretó los labios y por unos minutos se hizo humana, sobre todo a los ojos de los votantes que la premiaron con su confianza. Su marido, Bill Clinton, lloró cuando fue interrogado en relación a su tan traído y llevado affaire con Mónica Lewinsky. Sarkozy lloró durante su investidura y Aznar cuando cedió el testigo a Mariano Rajoy.

Todo ello podría trasladarse perfectamente a Zamora. La fórmula, en desuso entre los candidatos de los distintos partidos, podría decidir el voto de los indecisos. Jesús Cuadrado podría mostrar su lado más humano, soltando unas lágrimas. Ver llorar a un hombre causa estragos sobre todo en el femenino plural. Antonio Vázquez, cabeza de lista al Congreso de los Diputados por el Partido Popular y con el que, al parecer y siempre presuntamente, el PP se ha portado "injustamente", por cierto algo muy normal en el partido del presidente Herrera y del presidente Martínez Maíllo, podría hacer una primera o una postrer comparecencia con lágrimas en los ojos, ajenas a sus problemas visuales. Arrasaría. Claro que también podrían ser mal interpretadas.

Imaginemos a Ana Sánchez, a la que miembros de su propio partido y simpatizantes suelen criticar con una cierta dureza, agradeciendo su apoyo a los que se la llevan a Madrid, a golpe de lágrimas. La harían más cercana. Ana, a veces, se muestra un poco distante y eso no es bueno para su permanencia en la política. Se lleva el político cercano, tipo Miguel Alejo, convertido en un referente incluso para los periodistas que no son del mismo signo político que el delegado del Gobierno. Elvira Velasco también podría llorar para no ser olvidada, la memoria es tan frágil, pero que no llore en el hombro de Alfredo Escaja, presidente vitalicio de un invento que

no tardará en explotar, y es que no es de fiar, se lo han dicho y repetido hasta la saciedad, pero no ha hecho caso. Dejarse utilizar es a veces tan cómodo.

Hay que saber llorar a tiempo. Aunque hay gente, fundamentalmente en política, que ni llorando todo el santo día lograría vender su llanto como un gesto de humanidad. Una se imagina llorando a José Luis Bermúdez, pero no a Sedano; a Luis Almena pero no a Miguel Angel Mateos; a Carlos Hernández pero no a Pilar de la Higuera. Pero una también se puede equivocar. No imagino a Alberto Castro mostrando su presunto lado humano a través de las lágrimas. Sí veo llorando como un niño al inefable Luisja "el turista". Y, pocos más. De cualquier forma, llorar es bueno, también o sobre todo en política, quizá para expiar ciertos pecados. Se vio con Hillary.

Las suyas fueron lágrimas salvadoras. ¿Quiénes serán la Hillary y el Clinton zamoranos? ¿Tendremos foto corroboradora? Todo se andará.